Oh I'm just counting

Volar: Por Jorge Orellana Lavanderos, escritor y maratonista

Días nublados. Días luminosos. Días de lluvia ¡Días de abrumadora tristeza!
Para el zorzal, los días han de ser distintos - medito, pues mientras corro, veo que goza más en el pasto húmedo, que ayer en la hierba seca. Oí a mi padre decir una vez, que con la lluvia las lombrices salen a la superficie, y creo que es eso lo que hace feliz al zorzal, que desarrolla su ancestral rutina: Yergue la cabeza, la inclina, escucha atento, y guiado por un sensor, hunde el pico en el pasto ¡Subsiste! Y el ciclo se repite; como la lluvia y el sol; como el día y la noche; como el río y el mar: imperecedero.
 
Viene a visitarme a diario, asoma entre nosotros amistad, nos observamos hasta perder la timidez, y luego, con tenues gorjeos, me habla:
-¿No te aburre trotar cautivo? Yo vuelo con libertad por la ciudad.
- No siempre he vivido encerrado – Le contesto – En una época de mi vida recorrí, por mi trabajo, las poblaciones en los suburbios de la ciudad – Le explico – Y aquel fue un tiempo hermoso, de valioso aprendizaje.
- A mí me da pavor avanzar más allá de estos jardines ¡Temo al cernícalo!
 
- En los tiempos actuales, tampoco me atrevería, pero cuando joven caminaba por ahí sin contratiempos… Rememoro. Y mientras escudriña entre briznas de pasto, y yo troto, le relato…
El país se sumergió en una honda crisis de la que desconocíamos duración y profundidad. ¡No había trabajo! Comuna de La Granja ¡Carencias! Entre viviendas hacinadas debíamos emplazar calles y pasajes, y en ellos, instalar redes eléctricas y soterrar colectores y matrices para dotar de agua y alcantarillado las casas. Titánica tarea: desarmar viviendas, trazar calles y rearmar tabiques en torno a una unidad sanitaria, rogando para que la lluvia - que provocaría estragos - no nos sorprendiera sin techos.
 
Conmovidos, e invadidos de pudor, el día en que se conectó la luz recibimos inmerecidos aplausos de los pobladores. ¡Dulce gratificación! ¡Se acabó el temor a caminar por negras noches en el “Combate de Angamos”!
- Quinta Normal – Continúo, mientras mi auditor merodea en la hierba. Fuimos convocados para sanear una antigua Operación Sitio. En la cercanía, habita un cura con el que entablo amistad, lo visito a menudo para conversar sobre amistad y fe.
 
Su vivienda, está formada por tabiques de tablas machiembradas, que evitan el ingreso de aire frío, es austera, y eso me atrae para pedir su consejo cada vez que enfrento un conflicto ético.
Un día, cuando las comunicaciones eran solo a través de teléfono fijo, recibí sorprendido su llamado. ¡Era él que pedía mi consejo! ¿Qué puedo hacer? Me enamoré: ¡No sé qué hacer! ¡Ni sé hacer nada! – Confidenció atribulado. Perplejo, comenté ¿Qué puedo decirte? Y después de un largo diálogo lo insté a escuchar la voz del alma, y ¡Su alma habló! Atendiendo al reclamo de su cuerpo inquieto, y…, colgó los hábitos, y terminó conduciendo una camioneta roja en mi empresa, y seguimos siendo amigos, pero no pedí más su consejo. Su última llamada fue hace unos años, y provino desde Austria, donde estaba radicado con una nueva esposa.
-Renca, el Campamento La Viñita dista unos pasos de la Municipalidad, otro contrato para construir soluciones sanitarias. Desde mi oficina en obra, atrae mi interés la presencia de dos hermanas, altas, hermosas, refinadas, viven con el padre, hombre avejentado que arrastra una derrota. Antes de concluir la faena, aún sin agua, ellas deben buscarla en el camión cisterna. Las observo en sus funciones de aseo, que con delicado pudor asumen en su reducido espacio ¡Me enternece lo injusto de la escena! ¡Me indigno!
Afuera, trabajadores del PEM se disputan una carretilla para mover tierra en una acción estéril, que les aporta dignidad por recibir un pago.
 
Decaigo una tarde, enfermo, acudo al doctor: neumonía, ¡A la cama quince días! Leo, leo, y leo - ¿Para qué lees Rayuela? – Se burla un amigo, si quieres leer a Cortázar, lee “Los Premios”, y al despedirse, lee el lomo de un libro gordo – Y me grita riendo – Y si vas a leer a Joyce, no te metas con “Ulises”, lee “Dublineses”. Le hago caso, y de ambas lecturas rescato el más valioso legado de la enfermedad. Al volver al trabajo, la obra ha terminado, las chicas lucen felices y en el padre, persiste el sentimiento de derrota.
 
-La Pintana, Población San Ricardo. Muchas casetas para construir bajo la mirada hosca de los moradores. A poco andar de la obra, se acerca un mozo alto, de barba y pelo hirsuto y gesto amedrentador. – Necesito trabajar – Exige. No tengo pega – Replico de frente. Baja la vista, decae, me humaniza. - ¿De dónde vienes? – Inquiero. De la cárcel – Y empuña con impotencia sus manos. ¡Dudas! ¿Vas a responder si te contrato? – Es la única pregunta que le hago. ¡Pierda cuidado! – Replica esperanzado. Empieza mañana – Acordamos sin dudas. Jamás falló, y al separarnos, había gratitud en ambos. Reducto difícil la población, porque el alma, subyace muy escondida.
 
No siempre estuve encerrado, conozco la ciudad y al menos, sé lo que pasaba en ella hace casi cuarenta años – Desafío.
Te creo – Responde el pájaro que ha estado atento. Pero… ¡Nunca podrás volar! Yo en cambio, gozo de tanto espacio – Revela y se lanza en enigmático vuelo, y la soledad me infunde incerteza.
¿Qué habrá querido decirme? Me queda dando vueltas…
Construimos en cada comuna, y en una ciudad en que éramos cuatro, despreocupados e indolentes, pasamos a ser seis, y sin querer advertirlo, seguimos creciendo, pues creímos en un círculo virtuoso que nos favorecería a todos, y llegamos a ser ocho, sin deducir lo evidente: ¡El absurdo de hacinarnos!
 
Y… llegaron izquierdas y derechas que - incapaces de vencer al enemigo verdadero, el que habita al interior de cada hombre - se enardecieron en su lucha por destruir al adversario, que vieron en aquel al que debían unirse, para derrotar juntos al adversario común, al que se comprometieron con los ciudadanos a vencer, cuando estos los eligieron.
El control de la plaga es más efectivo en poblaciones menores, algo que en una ciudad extendida, alta y densa, como la nuestra y con servicios que se concentran en su corazón, suele resultar catastrófico. Surgirán nuevas pandemias, porque disfrazados de sutiles formas, el virus, sarcástico, inducirá padecimientos y tribulaciones al hombre, que se resiste a oír, y afectará sobre todo al inocente, que en cada elección, pone su destino en manos y cabezas obcecadas.
Se ha anunciado hace poco el inicio de los trabajos para una nueva línea del Metro. Se extiende el recorrido del tren subterráneo pregonan orgullosas las autoridades. La necesidad de mejorar el transporte, obliga a invertir, y es común que al invertir obligado, se invierta errado.
 
¿Cuánto demanda para el Estado el costo de un ciudadano que vive en Santiago respecto de uno que vive en regiones? ¡No tengo dudas! Cualquier cálculo del aporte del Estado al habitante de una ciudad, desmedra la cuenta de la ciudad paralizada, pues carece de productividad. Es la consecuencia de la pandemia que afecta hoy a Santiago y será la consecuencia futura de la saturación del transporte. ¡Santiago colapsará!
Parece urgente mitigar el crecimiento de Santiago, y favorecer a través de políticas públicas, nuevos polos de desarrollo en el país.
Los hombres no podemos volar – Tiene razón el zorzal. ¡Suplamos tal limitación razonando! Con abismante codicia buscamos la fama solo para imponer nuestros postulados, olvidando que la fama envanece, y que la vanidad, envilece.