Oh I'm just counting

"Volver a la normalidad”: No, gracias. Por Juan Claudio Reyes, Sociólogo


No solo en las autoridades de gobierno pareciera haber una compulsión por hablar de “normalidad”, como si invocando esa palabra, todo se solucionara y, pudiéramos olvidar un mal sueño.

En estricto rigor, se trata de la búsqueda desesperada de “salir del paso”, sin considerar que la magnitud de la crisis en que se encuentra el país no tiene solo que ver con el ingreso del virus que ataca al mundo, sino con otro conjunto de circunstancias, propias del modelo de desarrollo que el país ha seguido en las últimas décadas.

La expresión de nuestra crisis nacional no empieza en el verano de este año, por la presencia del coronavirus, empieza el 18 de octubre, cuando millones de ciudadanos dijeron BASTA, frente a una realidad que había llegado a un nivel insoportable, para la mayoría del país. El modelo, primero aplicado por la fuerza y, luego, por la “medida de lo posible”, que primó en la toma de decisiones, por 30 años, consolidó lo que ha sido señalado por los organismos internacionales, como el país con mayor desigualdad entre sus habitantes, entre los países de “ingreso medio”, donde se ubica Chile.

Entonces la crisis 1, social y la crisis 2, sanitaria, han permitido develar nuestra verdadera realidad, que tiene que ver con un país que, durante mucho tiempo, vivió un cierto engaño colectivo, que llevó a expresiones tales como “nos despegamos de América Latina”, “los jaguares”, “la mejor salud del planeta”, etc., develadas solo como intentos banales por esconder una realidad mucho más dura, que se manifiesta en niveles de inequidad difíciles de observar en otro lugar del mundo.

Mientras un solo director de empresas recibe 1620 millones de pesos en un año, la mayoría de los trabajadores solo recibe 400 mil pesos por mes, o menos. Dicho de otro modo, una persona recibe ingresos iguales a los de 380 trabajadores.

Es posible encontrar, en cualquier campo, el mismo nivel de inequidad. En la atención de salud, la calidad de la educación, los niveles de hacinamiento en millones de viviendas precarias, las asimetrías territoriales, que hacen que unas pocas comunas sean más parecidas a los distritos más caros de Europa, mientras la mayor parte de las comunas del país, podrían ser comparadas con las áreas más pobres de Africa.

Desgraciadamente, las cifras duras permiten demostrar estas afirmaciones, ante el intento de muchos, especialmente quienes han tenido responsabilidades en el aparato del Estado, intentan cuestionar, cada vez que esto se pone sobre el tapete.

Entonces, cuando algunos quieren, en contra de todo realismo, “volver a la normalidad”, es decir “a lo bien que estábamos” el 17 de octubre, es necesario contestarles que, lo único sensato es asumir que ello no solo es imposible, sino que, desde el punto de vista ético, no es tolerable.

La realidad ha enseñado, una y otra vez que “aquellos que no reconocen la historia, están obligados a repetirla”.

Hay que advertir, desde ya, que aquellos que se han beneficiado del actual modelo de desarrollo han mostrado, en estos meses, ser bastante impermeables a la necesidad de cambiar de rumbo, lo que tensiona aún más a la institucionalidad política a asumir su rol y, predisponerse a buscar, ahora si, todos los acuerdo necesarios, que permitan empezar a caminar por la senda que permita ir reduciendo las desigualdades.

Ello, por cierto, no será fácil pero, no hacerlo representa un riego demasiado grande.
Si no lo hacemos, el rebrote nuestro no será ocasionado por este u otro virus, solo será la expresión de la miopía de los sectores dominantes, que no habrán advertido que la cúpula de cristal en la que vivieron un modelo muy generoso para muy pocos y muy cruel para la inmensa mayoría, no puede seguir siendo impuesto al país.

¿Habremos aprendido la lección?

El próximo años será pródigo en eventos electorales. Es de esperar que los ciudadanos no olviden que el coronavirus puede pasar, pero las condiciones de inequidad que nos han acompañado por décadas dependerán de nuestra acción colectiva, en las urnas y en las calles.