Una fría noche de febrero, al amparo de la oscuridad, una mujer se acerca sigilosamente hacia las tribunas vacías que rodean las inmaculadas canchas de césped de Wimbledon. En su bolso lleva cinco latas de aceite de parafina, un paquete de virutas de madera y dos cajas de fósforos. Elige un lugar, pone su bolso en la cancha y se prepara para destrozar uno de los centros deportivos más famosos de Reino Unido.
Este es tan solo un incidente en un año de numerosas protestas en los principales eventos deportivos para ganar apoyo en un tema que divide al país y provoca la ira en ambos bandos de la discusión. El año es cuestión es 1913. Otro ítem se encuentra en el bolso de la mujer. Es un pedazo de papel que dice: “No habrá paz hasta que las mujeres obtengan el voto”.
“Las sufragistas son la organización terrorista doméstica más grande que jamás haya operado en suelo británico, no tienen equivalente”, explica la historiadora Fern Riddell. “Estaban en otra escala comparado con cualquier otra cosa. Eran cientos y cientos de ataques, con cientos de personas en prisión y nadie nunca habla de eso”, añade. Su causa se recuerda mejor que los métodos que utilizaban para luchar por ella.
Para muchos a comienzos del siglo XIX, la idea de que las mujeres tuviesen derecho a votar en Reino Unido era completamente ajena. En 1831, solo una pequeña parte de la sociedad británica (aproximadamente el 2% de la población total) podía participar en las elecciones parlamentarias. Al año siguiente, la Ley de Reforma extendió el voto a más hombres, pero explícitamente impedía el voto femenino.
Para comienzos del siglo XX, después de 60 años de protestar pacíficamente, entregar panfletos y pedirle amablemente al gobierno que les permitiese votar, muchas integrantes del movimiento de mujeres sufragistas se sentían cansadas y frustradas. “Había mucha gente que no apoyaba el sufragio. El sufragio es una idea muy complicada para mucha gente, por extraño que parezca hoy día”, señala Riddell, autora de Death in Ten Minutes, a biography of suffragette bomber Kitty Marion. “La idea de que las mujeres tuvieran derecho a voto no tenía un gran apoyo”. Las sufragistas entonces decidieron subir la apuesta.
“Hechos, no palabras”
Cuando la gente piensa en las sufragistas, evoca probablemente marchas y protestas con pancartas, grandes reuniones con líderes del movimiento pronunciando discursos ante multitudes enardecidas, o mujeres encadenadas a una valla resistiéndose a moverse. Y, hasta alrededor de 1909, eso era lo que hacían.
Pero el movimiento estaba cambiando. La Unión Social y Política de Mujeres (WSPU, por sus siglas en inglés) se formó en 1903, bajo el mando de Emmeline Pankhurst. Su lema era “hechos, no palabras”. Y el movimiento rápidamente descubrió que, después de haber agotado otras vías, la violencia era más persuasiva. Entre 1912 y 1914, las sufragistas eran la mayor amenaza para la paz en el país, con células por todo el territorio. Llevaron a cabo cientos de ataques destinados a causar tanta destrucción e interrupción en la vida cotidiana como fuera posible.
La acción directa se tradujo en bombardear la casa de parlamentarios, colocar explosivos en buzones de correo y llevar a cabo ataques incendiarios en lugares públicos como trenes e iglesias. Los blancos eran cuidadosamente elegidos por su significado para la vida británica, por lo que no es coincidencia que algunos de los sitios favoritos de las sufragistas fueran las instalaciones deportivas. “El deporte es una parte enorme de la vida cultural británica, si vas a centrarte en cosas para llevar tu causa a la gente común, claro que vas a usar como blanco el deporte”, explica Riddell.
Blancos deportivos
Los campos de golf y los hipódromos se llevaron la peor parte porque con frecuencia estaban vacíos y poco vigilados y, junto con otros establecimientos deportivos, eran predominantemente zonas de hombres. Las tribunas eran un objetivo popular para los incendios: eran grandes y el espectáculo de una en llamas era garantía de publicidad.
Un complot para quemar las tribunas del estadio de Crystal Palace en la víspera de la final de la FA Cup no logró llevarse a cabo, pero sí se consiguió perpetrar un ataque contra las gradas de un estadio en el barrio de Plumstead, que generó en ese momento cerca de US$1300 en daños.
Muchos de estos incidentes han caído en el olvido, pero uno ha perdurado en la memoria como un momento histórico con un final trágico. Se cree que cuando Emily Davison se paró frente al caballo del rey en el Derby de Epsom en junio de 1913, su intención era adornar al animal con una pancarta de las sufragistas a modo de declaración y, así, salir en la portada de los diarios al día siguiente. En cambio, Davison murió por las heridas que recibió tras ser embestida por el caballo. Sin embargo, sus acciones allanaron el camino para el progreso del movimiento.
“Sufragista silenciosa”
Volvamos a la noche de febrero de 1913 y a la mujer que se preparaba para quemar una de las tribunas de la cancha central de Wimbledon ¿Tuvo éxito?
El jardinero Joseph Parsons encontró a la mujer, y después de que ella intentara huir y se cayera, la atrapó y la denunció a la policía antes de que pudiera causar ningún daño. El ataque se frustró. La desconocida sufragista habló solo una vez, cuando fue acusada en la estación de policía: “Me opongo a que me acusen. Me opongo a que me detengan aquí”.
La mujer se presentó ante el tribunal, y no dio detalles personales: no reveló su nombre, ni su edad, ni su lugar de nacimiento. Su identidad sigue siendo un misterio. La mujer, que según los diarios de la época tendría alrededor de unos 35 años, fue sentenciada a dos meses de prisión. La declaración del jardinero fue suficiente para sellar su destino. Su silencio en la corte le valió el mote en algunos diarios de la “sufragista silenciosa”.
Probablemente nunca se conozca la identidad de la misteriosa sufragista, pero su complot para incendiar Wimbledon fue un incidente en un vasto operativo que se extendió por muchos años y dominó la discusión.
Bombas y guerra
Finalmente, irrumpió la Primera Guerra Mundial y se suspendió la campaña de bombardeos, para consternación de muchos miembros de la WSPU. Pero las sufragistas querían demostrar que podían ser razonables y útiles, contribuyendo a los esfuerzos para la guerra como una estrategia en evolución en la lucha contra la desigualdad.
A las mujeres de más de 30 años se les otorgó el derecho al voto después de la guerra en 1918, pero no fue sino hasta 1928 que las mujeres británicas ganaron el derecho a votar en los mismos términos que los hombres, es decir, a partir de los 21 años.
“La razón por la que las mujeres tienen el voto hoy día es en parte por esas bombas”, señala Riddell. “Cuando termina la Primera Guerra Mundial hay un riesgo muy claro de que las sufragistas empiecen otra vez con su campaña de bombardeos y que el gobierno y la policía metropolitana, que no lograron desarmar esa campaña, no puedan entender quién hace los explosivos y de dónde vienen.
“Son incapaces de hacerles frente, están aterrorizados de que comiencen otra vez los bombardeos en una sociedad que ha quedado totalmente traumatizada por la guerra. No creo que se hubiese conseguido el voto sin las bombas, sin la irrupción de la guerra y la amenaza del regreso de las bombas”. Puede que la sufragista silenciosa no haya tenido éxito aquella noche de febrero de 1913. Estaba en el lado equivocado de la ley, pero demostró estar en el lado correcto de la historia.