Oh I'm just counting

Argentina: Por Jorge Orellana escritor y maratonista

Mucho se ha hablado, después del pasado domingo 11 de agosto, del resultado y consecuencias que tendrá el apronte eleccionario en Argentina. Vertiginoso, ha recorrido insistente nuestros celulares, el estremecedor y duro análisis que, de ese país, hace el distinguido Premio Nobel Peruano. 

Visité por primera vez Buenos Aires en enero de 1970 y me deslumbró la ciudad que recorrí boquiabierto. Me deleité con la bonanza de que hacía gala en cafés poblados de parroquianos charlando de política, literatura y de la vida. ¡Qué gente más culta! Y… ¡Cómo saben vivir! Fue mi espontáneo comentario y sentí admiración, mucho respeto, y algo de envidia por tal pueblo, forjado por hombres visionarios que planificaron amplias avenidas interrumpidas solo por parques que invitan al ciudadano a una convivencia armónica con su entorno.

Entiendo entonces la confusión de todos quienes conociendo el esplendor, al que siempre estuvo destinado el vecino país, se pregunten acongojados: ¿Qué pasó con Argentina? ¿Tenía razón Sábato cuando - aislado en su reducto - desde la hosquedad por la pérdida de Matilde proclamaba que el consumismo sustituía al Paraíso?

A mi vuelta a Chile en 1970, después de ese primer viaje de quince días por Buenos Aires, mi padre, cogiendo mi mano, me informó de la muerte de mi abuelo materno. ¡Trágico despertar de mi viaje de estudios! Y como una premonición extraña sentí miedo por mi país, cuyas pacíficas aguas se agitaban por el germen de desconfianza que se había instalado y que emprendería un apresurado viaje, hasta desembocar - tan solo unos años después - en la toma del poder por parte de los militares, dando paso en ambos países a procesos dolorosos.

Innobles procedimientos de abuso y tortura se desatarían descontrolados, el arbitrio del fusil y la sospecha instaurada producirían quiebres que el resentimiento avivaría cerrando puertas al olvido, y que se extenderían mucho más allá del aciago período, en espera de un cambio generacional. Mientras viva el causante de mi agravio mi herida permanecerá abierta, pareció ser la consigna.

A partir de entonces, Chile y Argentina - aunque coincidieron en la feroz persecución aplicada a sus detractores – en su evolución económica, correrían distinta suerte, y eso, transcurridos cincuenta años desde ese viaje a Buenos Aires, es objetivamente advertido.

¡Que nadie se equivoque! Fui detractor del régimen militar, y lo rechacé porque detesto y repudio toda forma de violación o abuso ejercido por hombres contra otros hombres. Trabajando en poblaciones periféricas advertí la angustia del hambre royendo la mesa del pobre y a tal grado se extendió la miseria, que el mismo gobierno que había sido implacable al aplicar el modelo económico, en desesperado intento por reducir la cesantía, hubo de lanzar aterradores planes de empleo y programas de jefes de hogar.                

Y…, aun así, cincuenta años después, habiendo pasado un caudal de agua bajo el puente y habiéndose mantenido - con sabiduría por los gobiernos de la concertación - el modelo impuesto, la hidalguía impide desconocer el beneficio del sistema aplicado, que hoy, mientras Argentina - difumada la gloria de su riqueza entre desaciertos y corrupción - se debate en total desconcierto, aquí, el modelo impuesto ha generado riqueza, recurso básico para alcanzar el bienestar de los pueblos. Sin ella ¿Qué podría repartirse?

Se reconoce en el mundo el mérito de su aplicación y el estándar alcanzado por nuestro país, y la conclusión de la comparación en estos cincuenta años es que mientras Chile se esforzó para crear riqueza, Argentina se esforzó por sumirse en la pobreza, por lo que ambos países enfrentan hoy desafíos muy distintos.

Mientras Argentina, espera expectante los resultados de octubre que deberían consolidar el triunfo de su oponente - que se apresta a un nuevo “reinado” que en el pasado solo proveyó corrupción y miseria - el actual mandatario, que asumió un día el ingrato compromiso de sincerar las cuentas de la nación careciendo de sensibilidad y empatía para hacerlo, y que al ver que el electorado lo desacreditó - en desesperada acción -  busca revertir el proceso anunciando una serie de medidas de carácter social tendientes a mejorar su imagen y a mitigar el fastidioso agobio que hoy abruma a los ciudadanos. ¿Logrará con ese último y mísero hálito populista el milagro que parece ser la única instancia de salvación de la vilipendiada economía de su país?

En Chile en cambio, el problema es el paso siguiente que debemos dar ¿Se resuelven por si solos los problemas con la creación de riqueza?

Por si sola, la riqueza no resuelve la desigualdad que la aplicación inclemente del modelo conlleva, y sus consecuencias se traducen en inestabilidad social que daña finalmente a los mismos que se habían beneficiado del sistema. El desconcierto, de ciudadanos impotentes de cambiar su suerte, los induce a refugiarse en el populismo, que adoptado por políticos mediocres, otorga al elector la esperanza de un mundo mejor, sin descubrir que no pasan de ser charlatanes que diagnostican un mal, pero no proveen su solución y más aún, desconocen las consecuencias de sus insensatas propuestas. Es paradójico, que siendo tan difícil gobernar, en nuestro país, no habiendo transcurrido aun la mitad del período del gobierno, proliferen los interesados en sucederlo.  

El desafío de autoridades responsables y de quienes son poseedores de la riqueza radica hoy en promover, en forma consensuada, las reformas que impulsen y activen el complejo mecanismo de movilidad social y que va mucho más allá que la implementación de una determinada reforma, pues se acerca a la creación de auténticas fórmulas económicas y sociales que dignifiquen la convivencia, otorgando la armonía que pacifica el espíritu, y que disipará la tensión que se acumula en el cuerpo insatisfecho, como al interior de la tierra se acumula energía, que al disiparse con violencia, genera un catastrófico terremoto. 

Unos días atrás, un economista de derecha, en una charla dirigida a lo más conspicuo de nuestro empresariado, habló de incertidumbre, y propuso soluciones capitalistas contra la desigualdad, es decir, sin afectar índices macroeconómicos, otorgar beneficios a la clase media, a través de incentivos fuertes al ahorro y acceso subsidiado a los retornos altos de los activos financieros riesgosos. El economista, que atisba un futuro incierto, lo combate estimulando a la incorporación al capitalismo y sus beneficios, del segmento social siguiente. ¡Ayuda, pero no alcanza!

Insensible, por propia definición, el mercado excluye al sector vulnerable de la población. Nuestra dignidad de hombres, requiere de asistirlos, y es función del Estado proveer los medios, y además, exigir a los ciudadanos el cumplimiento de su compromiso y deber para contribuir a hacer un mejor país, sin preocuparse solo en exigir sus derechos.

Escuché a un dirigente del profesorado reclamar por el fortalecimiento de la educación fiscal. ¡Comparto la certeza de su juicio! Mientras no mejore la calidad de la educación, permanecerá el desequilibrio, porque los cargos más apetecidos serán llenados - ¿Qué duda cabe? - por quienes provienen de colegios privados. Gran porcentaje del trabajador vive hoy endeudado y el paso que sigue para librarlo de ese agobio es mejorarle el sueldo, pero… ¿Cómo puede lograrse, si en un sistema capitalista la empresa premiará con un mayor sueldo solo al trabajador que lo exige a través de sus propios méritos? ¡Ese es el concepto de dignidad que confiere a sus ciudadanos un país con un sistema educacional justo!  Y alcanzarlo es tarea de todos.

En el box, a través del peso, se establecen categorías que define la equidad de la competencia entre sus cultores. En el plano del razonamiento, la única forma de establecer que la competencia entre dos personas sea equilibrada es permitiéndoles acceso a una educación de similar nivel, mientras eso no ocurra, cualquier sistema económico que impere será estéril en su esfuerzo por alcanzar igualdad entre los hombres.