Tercer fin de semana de cólera de los “Chalecos Amarillos” en Francia. Ante el asombro de los parisinos por una violencia inédita y cuando caía la noche del sábado, diferentes barrios en París ardían todavía en un caos general. El gobierno del presidente Emmanuel Macron no encuentra un camino de diálogo para resolver la peor crisis política de su gobierno y el jefe de Estado no regresó anticipadamente de la cumbre del G20 en Argentina. El grupo de manifestantes que rechazan el alza de impuestos a los combustibles, amorfo y organizado por las redes sociales, expresa además a amplias franjas de una clase media empobrecida.
El Arco del Triunfo tomado por asalto, la avenida de los Campos Elíseos, la avenue Foch, Kleber y Friedland, la plaza de la Opera, la Vêndome, sus calles más elegantes, sus vehículos más sofisticados, los bancos, algunos de sus boutiques más lujosas, y muchos edificios, todos sufrieron incendios o eran atacados por vándalos o “casseurs”, en un día en que la cólera de una clase media disminuida se metaforseó y fue confiscada en una insurrección inmanejable, violenta y sin diálogo.
Una situación prerrevolucionaria, extremadamente peligrosa para una Francia que ha perdido la paciencia, con una clase media que no puede vivir con 1300 euros por mes frente a los impuestos de la “transición ecológica” y que enfrenta las elecciones europeas en mayo. Los “Chalecos Amarillos” exigen la dimisión de Emmanuel Macron.
El fuego y la violencia recordaba la rebelión social de 2005 en los suburbios parisinos.