Sus habitantes conviven con sus familiares fallecidos durante meses e incluso los sacan de sus tumbas años después para bañarlos, vestirlos y darles de comer.
Visita a Toraja, la región de Indonesia en la que los vivos conviven con los muertos.
Una tarde, poco antes de las siete, Elisabeth Rante corre una cortina del pasillo e ingresa a la habitación principal de su casa junto a una periodista. "Papa… Papa", susurra. "Tenemos visitas". Unos pasos más atrás, uno de los hijos de la pareja llega con una plato de arroz y otro de pescado con chiles. Es la comida para Papa.
"Despierta, Papa, es hora de la cena", le dice Elisabeth. "Ella te va a sacar una foto", le avisa, señalando a la periodista del National Geographic que los acompaña.
La escena podría ser similar a la de cualquier pueblo rural del planeta, de no ser por una excepción: Petrus, el esposo de Elisabeth, lleva varias semanas de fallecido. Pero está allí, recostado sobre una cama y cubierto por una sábana a cuadros, como si estuviese durmiendo.
Cuatro días más tarde habrá un funeral masivo para más de cien personas, en el que se realizará un servicio religioso cristiano y se comerá cerdo, verduras y arroz. Petrus será colocado entonces en un ataúd pero volverá a su casa, donde seguirá compartiendo la vida familiar y le prepararán cuatro comidas diarias durante otros cuatro meses hasta su entierro. Hasta entonces, su familia se referirá a él como makula, el enfermo.
Para los toraja no existen diferencias tajantes entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Por eso, aun después del entierro, es habitual que los toraja saquen periódicamente los cuerpos de sus familiares de sus tumbas para llevarlos a su casa, bañarlos, vestirlos con ropas nuevas y ofrecerles alguna de sus comidas o bebidas favoritas.
Misionarios holandeses llegaron a esta región en el siglo XIX. Hoy, los toraja son un enclave cristiano -protestantes y católicos- en un país de mayoría musulmana. Un cristianismo que se ha fusionado con las creencias tribales locales.
(Fotos: Grosby Group)