La figura de Michelle Bachelet ha reaparecido en el centro del debate político nacional, generando una vorágine de reacciones y expectativas que podrían definir el rumbo de la próxima elección presidencial. No se trata solo de su posible candidatura, sino del efecto que su presencia provoca en un entramado complejo de partidos, analistas y ciudadanos. Un eco de temores y anhelos resuena en cada rincón del espectro político: la ex mandataria se convierte en símbolo de lo que algunos rehúyen y otros apoyan.
La primordial interrogante parece ser: ¿deben considerar a Bachelet como candidata? Esta pregunta, si bien puede parecer trivial a primera vista, encierra las tensiones fundamentales del contexto político actual. Los argumentos que giran en torno a esta cuestión no son meramente un análisis frío, sino un reflejo de las emociones y expectativas de quienes los esgrimen.
En el trasfondo de la discusión, surgen los miedos de la derecha hacia una Bachelet que ha demostrado ser una figura resuelta y, al mismo tiempo, la esperanza cierta para la izquierda, que ve en ella una alternativa sólida ante la crisis de liderazgo que enfrenta.
La historia no se repite, pero tiene una extraña capacidad para enseñar lecciones a aquellos dispuestos a escucharlas.
Hace más de un siglo y medio, Domingo Faustino Sarmiento planteaba en su célebre ensayo dos preguntas que parecen resonar en nuestro presente: “¿A quién rechazan y temen? A Montt. ¿A quién sostienen y desean? A Montt. ¿Quién es entonces el candidato? Montt.” 1 La referencia no es solo a un personaje decimonónico, sino a la eternidad de la lucha por el poder en una nación que busca caminos a seguir.
Sarmiento retrataba un Chile convulso, azotado por revueltas y por un contexto mundial que exigía respuestas. En un país con menos de dos millones de habitantes y una élite política tardíamente impactada por las corrientes revolucionarias de la época, la lucha por la autoridady el poder era constante.
En otra realidad, que engañosamente nos resulta la repetición de la historia, emerge Bachelet, una mujer que ha sabido capitalizar su experiencia y su legado, enfrentándose a un sistema que aún muestra signos de resistencia ante cambios
fundamentales.
Sus silencios, su carisma, y la historia que la respalda la colocan en una posición única: todos la observan. Desde el mundo de la prensa, que, aunque agresiva, no logra sacarla de su estoicismo, hasta los ministros que debaten sobre la viabilidad de su figura, Bachelet se constituye en blanco de ataques y alabanzas. Lo curioso es que, cuando la derecha decide centrarse en su figura de forma más intensa, revela un intrínseco reconocimiento de su capacidad para desestabilizar sus propias aspiraciones de poder.
Esto nos lleva a inferir que, efectivamente, ella es la oponente que más temor despierta en sus adversarios.
Por otro lado, la urgencia de la izquierda para que declare su intención de postularse, es igualmente reveladora. En un panorama donde surgen diversas figuras, queda claro que Bachelet es percibida como la opción más competitiva y viable.
El futuro de cualquier otra candidatura de izquierda parece depender del camino que ella decida tomar, lo que pone de
manifiesto su importancia en el juego político actual. Su posible regreso podría significar un intento legítimo de recuperar espacios perdidos.
Es evidente que estamos ante un fenómeno complejo: Bachelet es más que una simple candidata; ella es la amalgama de esperanzas y temores que definen el campo de batalla político chileno. Su legado, marcado por logros y controversias, proporciona una riqueza de argumentos y narrativas que caen pesadamente sobre quienes buscan provocarla o apoyarla.
El Chile al que se enfrenta hoy es radicalmente distinto al de la época de Sarmiento, pero las estructuras de poder, los temores y las ambiciones no han cambiado tanto como podríamos pensar. Bachelet, en muchos sentidos, refleja los ideales y frustraciones de una sociedad que sigue luchando por su identidad. En este sentido, se convierte en un agente de cambio o en un obstáculo, según quién la observe.
En la narrativa política actual, Sarmiento sería un espectador intrigado, al observar cómo Bachelet, al igual que Manuel Montt, se convierte en el núcleo de discusiones apasionadas.
Es importante recordar que la nominación de un candidato va más allá de la formalidad; es un acto lleno de simbolismo y significado.
“Esto —según Sarmiento— se llama autoridad, se llama poder”. Y encapsula la esencia de la política: aquellos a los que se les otorgan las responsabilidades y el mandato no son solo figuras decorativas, sino líderes con la capacidad de moldear el futuro. Así, Bachelet permanece en el imaginario colectivo, como el faro que algunos temen ver brillar y otros desean que ilumine el camino hacia adelante.
La balanza entre el miedo y el anhelo se inclinará según la decisión que tome la propia Bachelet. Su legado sigue vivo, y eso, en sí mismo, ya es una victoria en un contexto donde las luchas políticas continúan desarrollándose. Es en esta dualidad que encontramos la verdadera complejidad de la política chilena contemporánea, un campo de juego donde la figura de Bachelet despierta pasiones, temores y esperanzas en partes iguales, reflejando la lucha constante por la construcción de una nación más justa y equitativa.