Oh I'm just counting

¿Es Chile un país solidario?. Por Roberto Mayorga Lorca Prof. Derecho U.de Chile-USACH

Un día como hoy, 18 de agosto, 68 años atrás, fallece el Padre Hurtado y en 1994 el Congreso Nacional acuerda instituir esta fecha como “Día de la Solidaridad”, entendida ésta como una virtud permanente por preocuparnos y ocuparnos no sólo de nuestro bienestar sino que del de la comunidad en general.
 
¿Es Chile un país solidario?, esta interrogante, que ha surgido reiteradamente, -más aún durante la pandemia-, fue tema de un esclarecedor conversatorio organizado por la Fundación Padre Hurtado, un par de semanas atrás, con la participación de Pía Mundaca, Valentina Nilo, Jorge Blake y Benito Baranda, bajo la moderación de Mauricio Hofmann, quienes, con virtuosa sencillez la analizaron e intentaron responderla.
El punto de partida del citado panel consistió en determinar si el ciudadano común posee “sentido o conciencia social”, esto es, un real sentimiento de preocupación por los otros y por lo otro, personas, animales, naturaleza, el país y la humanidad, cuestión fundamental en un ambiente cultural adverso, en que por años se ha promovido el individualismo, el narcisismo y la primacía del interés personal por sobre el bien común.
 
Si bien hay consenso que en situaciones extremas como catástrofes o en el actual trance de dramática cesantía y carencias afloran sentimientos espontáneos de solidaridad, -en una prueba de ser ésta consustancial a la naturaleza humana-, persiste la interrogante de que porcentaje de la población exterioriza dicho sentimiento permanentemente y en situaciones de normalidad.
 
Solidaridad, a medias
Según una encuesta de la Fundación Trascender, -de antes del estallido social y de la pandemia-, un 67% de la población creía que Chile es un país solidario, cifra que posiblemente se ha incrementado. No obstante, el 90 % señalaba hacer donaciones esporádicas y sólo un 10% acciones permanentes de carácter solidario.
 
La solidaridad no es mera beneficencia y no se agota en acciones ocasionales o en comportamientos esporádicos, por nobles que éstos sean, pues, es mucho más que externalidades. La genuina solidaridad proviene de la antes referida conciencia social, esto es, de un imperativo ético que nace y existe en el alma de la persona, engendrando una especie de amor por la justicia social y el bienestar comunitario.
 
Dicha fuerza interior unida a un estilo de vida permanente de dar, más que de recibir y poseer, irradian de felicidad a la persona, generando una realización superior al disfrute de las riquezas materiales, lo que explica que el Padre Hurtado aún en las más adversas y difíciles circunstancias repitiera siempre su conocida oración: “Contento Señor Contento”.
 
El mito de la solidaridad
Entrevistado por un medio de prensa de Punta Arenas el reverendo padre Marcos Buvinic expresó: Todo nos indica que la solidaridad surge cuando hay alguna conmoción pública pero no es una actitud instalada en la conciencia nacional. Parece que uno de los tantos mitos que nos impiden ver la realidad que vivimos es precisamente la afirmación de que somos un país solidario. Les invito a hacernos unas preguntas que pueden correr el velo del mito y mostrarnos la realidad”.
 
“¿Cómo va a ser solidario un país con una diferencia como la que existe en la distribución de los ingresos de la población? ¿Cómo va a ser solidario un país donde los adultos mayores tienen que hacer la proeza de sobrevivir con pensiones miserables?
 
¿Cómo va a ser solidario un país donde los menores a cargo del estado -en el Sename- viven situaciones casi inhumanas? ¿Cómo va a ser solidario un país donde los pobres van a la cárcel y a los ricos les dan clases de ética? ¿Cómo va a ser solidario un país donde las regiones viven situaciones de postergación con respecto a la capital? ¿Cómo va a ser solidario un país donde algunos estudiantes tienen educación de buena calidad porque pueden pagar mientras muchos otros reciben una educación de dudosa calidad?”
A tan acuciantes preguntas habría que agregar otras relativas a la Araucanía y a los pueblos originarios, al abuso de la mujer, a la inmigración y a la denominada oporofobia, esto es, aquella especie de rechazo a los pobres de parte de algunos sectores de la población.
 
¿Qué diría el Padre Hurtado hoy?
Ximena Torres en un tuit que ha circulado recientemente se pregunta: ¿Qué diría hoy el padre Hurtado de la solidaridad? Ella misma se responde: “Alberto Hurtado Cruchaga tiene centenares de reflexiones, como por ejemplo: “La riqueza tiene el gran peligro de endurecer a quien la posee: se vive rodeado del dolor y con frecuencia no se ve. Si se ve no se comprende. Y si se comprende se niega”. “¿Qué pensaría yo si me encontrara un día como sirviente o inquilino de un patrón igual a mí?” “¿Qué bulliría en mi mente?” “¿Qué aspiraciones querría ver satisfechas?” “La dignidad del hombre es atacada cada vez que es reducido a la cesantía o tiene que vender su trabajo por un salario injusto”. “Hay muchos que hacen caridad pero no justicia; dan limosnas pero no a pagan un salario justo…”. Y, pronosticando una de las legítimas demandas femeninas: “El salario que se debe a una mujer por un trabajo debe ser igual al que se pagaría a un hombre por igual tarea: a trabajo igual, salario igual”.
 
Gonzalo Letelier en una publicación del Centro de Estudios Tomistas, citando la obra “Humanismo Social” del Padre Hurtado, nos recuerda que su defensa por los pobres y los trabajadores llevó a que los sectores más acomodados y conservadores de la sociedad y de la Iglesia lo apodaran de «cura rojo» o «cura comunista». Asimismo, nos recuerda premonitorios comentarios que perfectamente tendrían vigencia hoy: “Cada cierto número de años una crisis hace estragos en el mundo. Recordemos la enorme crisis de los años 30 y siguientes con millones de cesantes. Las fábricas cierran sus puertas; el comercio se ve obligado a liquidar; la cesantía cunde. No podemos dar abasto para tantas obras de caridad. Nuestra misericordia no basta, porque este mundo está basado en la injusticia, necesita ser rehecho; nuestra sociedad materialista no tiene vigor para levantarse, las conciencias han perdido el sentido del deber”.
 
En resumen, ¿Qué nos dejó, cuál es el legado del Padre Hurtado? Sin duda mucho, partiendo por el Hogar de Cristo, la Revista Mensaje, la Acción Católica, etc., pero, por sobre todo, aquella inspiración evangélica que iluminó todas sus obras, un imperativo ético y espiritual de amor y de justicia, transformado en conciencia y acción social, esto es, solidaridad, testimonio ejemplar a rescatar y emular por las actuales y futuras generaciones en la construcción de una mejor sociedad.
 
En conclusión, las consideraciones anteriores permiten sostener que la solidaridad, -radiante en muchos, adormilada en otros-, no obstante haber sido aplacada por un modelo de sociedad individualista y materialista durante las últimas décadas, más luego que tarde termina por reverdecer y aflorar, como lo muestran los procesos ciudadanos que estamos viviendo y que anuncian el alba de una nueva sociedad.