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¿Los enemigos de la democracia al acecho? Una reflexión a propósito del estallido social a 40 días de su inicio. Por Oscar Osorio V. sociólogo

El golpe de estado en Chile, en septiembre de 1973, es quizás de las últimas consecuencias (acciones e intervenciones) asociadas a la guerra fría. Es cierto que ya se empezaban a evidenciar los dilemas de los socialismos reales, asociadas al tema de las libertades individuales. Sin embargo, no es sino hasta noviembre de 1989, cuando cayó el muro de Berlín, que definitivamente se desploman estas experiencias, tanto en lo que fue la ex Unión Soviética, como los demás países de la Europa Oriental. Es decir, coincide prácticamente con la recuperación de nuestra democracia. Se imponen entonces, al menos en el mundo occidental, la democracia como escenario de las reglas del juego político y el mercado, desde la perspectiva económica, como instrumento para generar riqueza.
 
De esta manera, el mercado comienza a operar en buena parte del mundo, prácticamente sin contrapeso. Y Chile, por supuesto no fue la excepción. Entonces la democracia como sistema político, ya no necesitó defenderse de enemigos externos. Ya nadie, al menos de manera manifiesta, desea instaurar la dictadura del proletariado; o preparan, ni menos implementar, golpes de estado o cometer atentados suicidas en nombre de un dios despiadado.
 
Es justamente en este contexto de profundas transformaciones sociales y políticas, asociadas a fenómenos de globalización y de las tecnologías de la comunicación, que ocurre no solo la recuperación de nuestra democracia, sino también la transición y consolidación de la misma. Sin embargo, desde la perspectiva del modelo económico, los cambios son menores ya que, si bien es cierto se le realizan transformaciones, éstas son de carácter superficial, toda vez que no afectan el carácter supranatural de un estado subsidiario, generador, en gran medida, del estallido social que analizamos. Los diagnósticos, más o menos son compartidos y lo que no se hizo y/o no se pudo, o no se quiso hacer, ya está. Es una realidad. Lo concreto es que las elites, la clase política, las instituciones, los partidos políticos, los militantes de los partidos políticos, somos todos corresponsables de la crisis.
 
Así, a más 40 días del inicio de este fenómeno social, político, económico y cultural, prácticamente de contra sistema, y con los caminos que ha devenido el estallido, la interrogante que subyace, es cómo reponer el dialogo en un ambiente de tanta desconfianza no solo hacia los políticos y la clase política, sino que, hacia todas las elites del país, particularmente las económicas. La clase política, al menos desde el congreso, ha estado haciendo su tarea y una prueba de ello es el acuerdo logrado con la coalición gobernante a objeto proponer una ruta que conduzca a una nueva constitución. Lo mismo respecto a los acuerdos sobre el presupuesto 2020 y lo relacionado con las pensiones del pilar solidario.
 
Por supuesto, desde la desconfianza, se critica que este acuerdo se realizó entre cuatro paredes, es decir, otra “cocina”. Sin embargo, también es importante reconocer, algo que no estaba en ninguna agenda antes del 18 de octubre: la posibilidad concreta de cambiar la constitución y hacerlo a través de una convención o asamblea constituyente. Por lo mismo, falta profundizar la agenda social y económica que el ejecutivo ha enviado al parlamento, que es absolutamente insuficiente. Una agenda con grandes acuerdos respecto al tema de pensiones, sueldos mínimos, sistema de salud y gastos de infraestructura social básica: luz, agua, contribuciones. Y con la mayor pedagogía política posible: fechas, plazos (corto, mediano y largo), modalidades, responsabilidades. ¡¡¡Esto es urgente!!!
 
¿Cuál es la verdad que se impone?
El primer y gran enemigo de la democracia es la simplificación que reduce lo plural a lo único: donde lo único que importa es mi verdad, mi programa, mi convicción, mi mirada, donde lo singular finalmente debe imponerse a lo plural, a lo relativo. La verdad, entonces, deja de ser una construcción colectiva para transformarse en una imposición. La verdad de los otros no existe y debe, en virtud de lo justo de la mía, subyugarse a esta. Se debe ser intolerante con toda opinión divergente, no sólo por no ajustarse políticamente, sino porque además es falsa. Es lo que se conoce como mesianismo y populismo. Hoy, habida cuenta de los cambios ocurridos a nivel global, la democracia ya no tiene que lidiar con aventuras totalizadoras, sino con el mesianismo, el ultra neoliberalismo y el populismo1: y estos enemigos de la democracia, se encuentran al interior y están siempre al acecho.
 
Algo de este mesianismo tenemos en medio de nuestro estallido. Nos encontramos con posiciones maximalistas que, como todo lo anterior (particularmente los 30 años de recuperación de la democracia) fue una “cocina” entreguista a la derecha, en tanto que no sólo no se cambió el modelo neoliberal, sino que se profundizó, nada de lo que provenga de ahí es digno de confianza. Incluso más, nada que lo represente (Congreso, parlamentarios, partidos políticos, intelectuales), tiene siquiera el mínimo de autoridad para proponer nada. No está de más en insistir que estas interpretaciones se alejan de lo efectivamente logrado. Sin embargo, en virtud de la desconfianza, hay que tomarlo como un hecho de la causa.
 
Por otro lado, también ha aparecido, en este escenario, el mundo populista con sus discursos acerca de lo inmediato, lo próximo, lo concreto, limitándose a las certezas de una mayoría, de la multitud y que las soluciones no pueden esperar, ni menos ser negociadas, por lo tanto, las soluciones deben implementarse de manera inmediata. En este sentido, el principal argumento usado es la demagogia. Sabemos que esta práctica consiste en identificar las preocupaciones de la gente y, para aliviarla, proponer soluciones fáciles de entender, pero difíciles de aplicar.
 
A pesar de ser tan antigua como la democracia, la demagogia ha recibido un impulso impresionante a través de las comunicaciones de masas, fundamentalmente la televisión y particularmente las llamadas “redes sociales “e internet, ya que la difusión de la información escapa a todo control centralizado y al consenso democrático. Es decir, nadie se hace responsables por las consecuencias, ni menos por los contenidos. Como decía Humberto Eco. "Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad.
 
Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas". Estamos en presencia de una suerte de revancha de la periferia sobre el centro, del extremismo sobre la moderación. Ese discurso privado no se somete a las obligaciones que pesan sobre los discursos públicos2. Y, aunque en todo momento reivindican al pueblo, finalmente desvían la democracia de su verdadero destino y, como los adeptos del mesianismo y del ultra neoliberalismo, la ponen en peligro. Pero tenemos que reconocer, además, que, sin estasredes sociales, hubiese sido imposible identificar y reconocer los atropellos a los derechos humanos cometidos por las fuerzas armadas y de orden.
 
El ultra neoliberalismo
 
Conviene detenerse en el tema del ultra neoliberalismo. De los tres enemigos íntimos de la democracia, mi impresión es que se trata del mayor enemigo. En breves palabras, el ultra neoliberalismo se estructura en las siguientes afirmaciones que conforman el tinglado o arquitectura ideológica, que justifica y promueve la desigualdad.  Es cierto que la riqueza de unos pocos nos beneficia a todos. Es cierto que cualquier alteración natural de los hombres es dañina para la salud y el vigor de la sociedad.  Es cierto que la diferenciación de las posiciones sociales, de las capacidadad es de los derechos y de los reconocimientos es un mero reflejo en los dones naturales y la contribución de sus miembros al bienestar de la sociedad.
 
Es sobre la base de estas posturas, que no tienen nada de leyes o teorías, sino que representan un corpus ideológico, es que toleramos “de manera natural” la desigualdad. Ya sabemos, por nuestra propia experiencia de desigualdad, que el énfasis por el crecimiento ignora absolutamente el bien público; que la mano invisible del mercado, pueda que sea invisible, pero no hay dudas acerca de quién es el dueño de esa mano y quien es el que dirige la orquesta. Y estos dueños o directores de orquesta, claramente no son los que observan, como espectadores ajenos, cómo crece el pastel de la riqueza y ven como a ellos no les toca nada o prácticamente nada.
 
La ansiada movilidad social ascendente, es apenas una imagen llena de muros, rejas y candados infranqueables, generando de esta manera, una gran acumulación de ira, que desbordada, tal como ha ocurrido en estos días, puede ser fuente de destrucción. Ya que hay algunos que asisten solo como observadores al espectáculo del consumismo y se le ha impedido la entrada al festín.
 
Pero, como dice Barrington More Jr.4., el diagnóstico anterior no bastaba para apostar por la rebeldía. Al contrario, la sumisión al modelo, tenía (o tiene) casi una explicación de origen natural. Por lo tanto, para encontrar explicaciones al tema de la sublevación en la historia, el autor en cuestión traslada la tensión al plano del binomio justicia / injusticia. Pocas veces, dice More, por muy duras y opresivas que hayan sido las condiciones de vida prácticamente durante toda la vida, éstas se consideraron injustas, puesto que habían existido y sido impuestas durante muy largo tiempo como para convertirse en algo “normal o natural”. Al no haber vivido nunca en condiciones más favorables, la gente no tenía con qué comparar su situación actual y por lo tanto no veían ningún motivo, justificación ni posibilidad de rebelarse. No obstante, lo anterior, continua More, bastaba solo una nueva carga de trabajo o un pago no considerado, una nueva exigencia que implicase un empeoramiento (por muy mínimo que sea) de las condiciones de vida, para que esto fuese leído inmediatamente por los afectados como un caso de injusticia, que provocaba resistencias y actos de rebelión.
Así es posible entender las sublevaciones campesinas del medioevo, o de las obreras textiles durante la revolución industrial, o la revolución de la “chaucha5” en nuestro país durante el siglo pasado. Y así también se entiende el estallido social que estamos comentando. Bastó solo una vuelta de tuerca al tema de los pasajes del metro, para que los jóvenes primero y luego la ciudadanía se rebelase. Fue la gota que colmó el vaso, que ya llevaba bastante tiempo lleno.
 
Y así nos encontramos hoy, en una sociedad individualizada, sólo de consumidores, cansados de seguir tirando el carro, en todos los aspectos de nuestra vida, para el favor de aquellos que se benefician de la desigualdad. Y ya ha quedado bastante claro, que no bastan las rimbombantes cifras macroeconómicas sobre el crecimiento, ni el PIB per cápita, ni el consumo continuo, que aparecía hasta ayer como la principal y más eficaz manera de obtener la felicidad. Por eso el castigo a los paraísos del consumismo: los Mall y supermercados, donde para poder entrar, al menos el 90% de la población, tiene que echar mano al endeudamiento.
 
Aparentemente aparecen como transversales, casi como espacio público, donde todos nos encontramos, como si fuera la antigua plaza de pueblo, pero esto ocurre solo al entrar. Finalmente, el paraíso que genera el crecimiento económico, consumo, competitividad, manifestado en el mall, es una trampa, ya que la integración y la felicidad prometida es falsa. ¿Era o es entendible entonces el estallido social? Es por esta razón, que el principal enemigo interno de la democracia, no sólo en Chile, ha sido el ultra neoliberalismo.
 
Desde la teoría ultra neoliberal, se nos dice, e incluso se nos obliga a sustituir el anhelo humano de una coexistencia, basada en la cooperación, la reciprocidad, la generosidad, la confianza mutua y el respeto, por la rivalidad y la competitividad. Donde se nos ha dicho hasta la saciedad que el enriquecimiento codicioso de unos pocos, constituye la mejor vía para el bienestar de todos. Olvidándose, quienes hablan de esta manera, que no hay beneficios en ningún tipo de codicia. Y hemos vivido en modelo de mercado desregulado e individualizado, obsesionado con el crecimiento, con el consumo, la competencia y la desigualdad.
 
Es decir, el individualismo llevado a su máxima expresión, junto con la codicia, la avaricia, el arribismo y la competitividad, los principales andamios por los que se sostiene (¿sostenía?) ideológicamente el modelo. Y se sigue insistiendo que solo de nuestro tesón, nuestro esfuerzo, nuestro talento, de nuestra libertad de elegir, depende cuán exitosos seamos. Por lo tanto, tenemos que rascarnos solo con nuestras uñas, y que el otro, sea éste mi vecino, o un compañero de trabajo, es mi enemigo y que lo único que resta es competir con los demás y salvarme, en última instancia, yo solo. Una suerte de: “lupus homini lupus est”. Es decir, el hombre es un lobo para el hombre. Esto, además de ser falso, ya que la cooperación y la reciprocidad son consustanciales a la persona humana, constituye un insulto para los lobos, que han sobrevivido por miles de años, justamente porque han sido comunidad y no individuos.
 
En este mismo sentido, ¿también es interesante revisarnos y decir…que hemos hecho en nuestra vida cotidiana para perpetuar el sistema? ¿Por qué nuestros abuelos tenían vida de barrio, saludaban y ayudaban al vecino y ahora nosotros no nos interesa lo que pasa al frente de nuestra vereda? También nosotros nos hemos adaptado al neoliberalismo del mercado, ya que, en palabras simples, disminuye complejidad desde el punto de vista de las relaciones sociales y de los deberes también con la sociedad en la que vivimos. Es mas fácil preocuparme solo de mí. La gente paga sus cuentas, y sus impuestos, pero eso no nos da un sentido de comunidad.
 
Las poblaciones más periféricas y más pobres rompen estos patrones de las clases medias y finalmente es el comunitarismo la herramienta que les permite sobrevivir…la reciprocidad por lo demás, no está simplemente conectada con grupos “simples” o no “desarrollados” como la gente puede comúnmente creer, sino que con todos las sociedades prehispánicas americanas, incluso del Imperio Inka , que rompiendo nuevamente las lógicas expansivas europeas sustentaban su dominio en un estado militarizado; en la anexión de terrenos y dominación ideológica; en el pago de tributos, pero también con la vuelta de mano en tiempos de sequía.
 
La pregunta que subyace. ¿Cuándo nos devuelven la mano los dueños de Chile??? A mi parecer estamos frente a casi un estado monárquico, donde la elite se diferencia de nosotros “mestizos” por su color de piel y pelo, se casan entre ellos y viven en las burbujas de sus palacios…tal como Luis XIV vivía en el castillo de Versalles que se hizo construir para alejarse de la hediondez de las calles parisinas…de esos “rotos” …por eso “ándate a tu población de mierda, roto concha de tu madre” ….
 
Cuando decimos que uno de los principales enemigos de la democracia, es la simplificación de lo plural a lo singular y único, nos referimos al proceso de imposición a los otros de mi verdad. Desde la revolución francesa, el exceso de voluntarismo se ha usado como excusa para perpetuar el bien logrado. Y la historia está llena de este énfasis en la voluntad y el voluntarismo. “Se abre de esta manera el camino a la desmesura, que no es sino la voluntad ebria de sí misma”6. El orgullo de estar convencido de que todo es posible. Basta entonces con la voluntad, la pasión y el absoluto convencimiento de que mi postura es la correcta y de que mi programa es el mejor.
 
Así, el mesianismo no trepida en los medios para obtener un fin. Por esto es muy importante recordar que la violencia de los medios, anula la nobleza de los fines. No existen las “bombas” humanitarias ni “guerras” misericordiosas. Desde la perspectiva de nuestro estallido, cuál es la nobleza del saqueo a hoteles, restoranes, negocios, botillerías y farmacias de barrio, incendios en estaciones de metro. No queda claro el bien justo. Es cierto, también, que se ha tratado de deslegitimar el sentido de la marcha, más aún cuando la mayoría de los medios de comunicación solo muestran el efecto del vandalismo, de la destrucción, generándose en la opinión pública un cuestionamiento a la idea pacífica de la marcha y desviando el fin último, que es el cuestionamiento al modelo. De esta manera, los dueños, los administradores y operadores del modelo, exigen para seguir conversando, la reposición del orden social perdido. Se trata de los ultras neoliberales, buscando a como dé lugar, volver a la “normalidad”.
 
Por eso es importante develar y aislar el discurso mesianista, sobre todo cuando se insiste desde la desmesura absoluta, que solo nuestra razón es la única, y que los otros, incluidos eventuales aliados y sobre todo los adversarios, deberán someterse a mi concepción de bien porque es justo. Esa es una situación de peligro inminente respecto de las armas de la democracia. Por lo mismo, la tentación de la desmesura es muy grande y podemos correr el riesgo de empeñar la democracia ante los que deben beneficiarse de ella y también de erosionar de los mismos que la defienden.
 
Es por esta razón, que desde la desmesura (mesianismo, populismo y ultra neoliberalismo), se esté en contra del predominio de la política como instrumento para la resolución de conflicto. La desmesura es lo contrario a la virtud política, que es, por excelencia la moderación, la templanza y la tolerancia. El rol de la política es reconciliar los intereses divergentes, eso significa, rechazar tanto el fatalismo conservador, como el sueño del domino total. La desmesura, en esta situación de estallido social, en alguna de sus manifestaciones, se ha opuesto a que la resolución del mismo, se realice por los canales institucionales del dialogo y acción de la política.
 
Es cierto que hoy el clivaje de resolución del estallido social, es la tensión desigualdad/igualdad. Por eso la interpelación a la transformación de un estado de carácter subsidiario a otro de tipo social. Lo mismo respecto al mundo de los privilegios v/s el común de los ciudadanos, en donde los privilegiados, si tienen recursos (como ha quedado de manifiesto en los últimos días), a lo más pagan los platos rotos (multas, clases de ética, excusas públicas) y los otros, los ciudadanos de a pie, van a la cárcel. O acerca del concepto de violencia estructural (AFP, Educación, Salud para ricos (Isapres), Salud para pobres (Fonasa)Concesiones, Privatizaciones de servicios básicos, etc.), v/s la violencia del saqueo. Por lo mismo, y dada la magnitud de estos nuevos clivajes sobre los cuales tendremos que hacernos cargo como país y sociedad, importan, por supuesto, que la voluntad y la pasión estén presentes en todas las propuestas de cambio. Sin embargo, finalmente, debe prevalecer la moderación y la tolerancia, el dialogo propias del ámbito de la acción de la política y no la desmesura. Donde el bien justo debe ser construido por todos y no impuesto desde la fuerza. Acá, de lo que se trata es de invertir la ecuación: justicia social y dignidad, como garantía de un orden social