Este viernes se confirmó la muerte de la histórica dirigenta de Derechos Humanos Anita González de Recabarren a los 93 años de edad.
La activista atravesaba por un complicado estado de salud y falleció en el Hospital San José, según confirmaron sus familiares.
González vivió en su familia la tragedia de las desapariciones en dictadura ya que en 1976 perdió a su esposo, a dos de sus seis hijos y a su nuera embarazada de tres meses, tod, a manos de agentes de la dictadura, sin conocer nunca más su paradero, pese a su lucha.
Esta es la última entrevista realizada por un medio de comunicación a la gran defensora de los derechos humanos.
Foto: Mural de Anita González en calle Catedral con Herrera en el centro de Santiago
Por Mario López M.
Entre el 29 y 30 de abril de 1976, cinco de los miembros de su familia fueron secuestrados en diversas circunstancias y hechos desaparecer hasta hoy. Entre los desaparecidos está su esposo, Manuel Recabarren, sus hijos Manuel Guillermo y Luis Emilio junto a su mujer, Nalvia Rosa, embarazada de tres meses.
Hace cuarenta y dos años la vida de Anita González de Recabarren cambio de golpe. Pero es una mujer fuerte, luchadora que a pesar de arrastrar una dolencia que la tiene semi postrada, sigue dando testimonio de la misión que se autoimpuso, que nunca más vuelvan a pasar Chile los horrores de una dictadura como la de Pinochet.
Una mente fresca
Mujer jovial. De entrada recuerda que tiene 90 años… a lo que su hija, atenta en todo momento, le recuerda que son 93… Anita con una sonrisa pícara le aclara, “90, aún no cumplo los 93”… así es ella, chispeante, con una broma o un piropo a flor de labios, alegre, sencilla y a la vez dolida y triste pero llena de esperanzas y vitalidad. Y con una memoria prodigiosa, capaz de recordar detalles… y con detalles.
“Mi cariño a este pueblo son los jóvenes y los niños”, asegura. Recuerda con emoción cuando fue a pintar un mural en las afueras de Tres y Cuatro Álamos convertida ya en un hogar de menores en situación irregular. “Cárcel no más, porque eso es”. Acota. “Fuimos a pintar, a alegrarle la vida a esos jóvenes. A algunos los invitamos a pintar, luego nos reunimos todos, los jóvenes encarcelados y nosotros”, rememora.
“Me conmueve este pueblo, le preguntamos a los muchachos qué querían que les pintáramos. “Árboles, calles, autos, libertad”, contestaron. Lindo, me conmueve. Si solo hubiera podido Salvador Allende realizar el programa que llevaba”, reflexiona- y se le quiebra la voz como en aquella ocasión frente a los jóvenes. Recuerda que al irse del lugar uno de los muchachos se le acercó y le preguntó… ¿Qué pasó el año 73?
Anita ¿y qué pasó con usted el 73?
“Fue un sueño roto”, en esa época como ahora siempre estuve metida en la cosa social, participaba en la Junta de Vecinos, las JAP, organizábamos la población, no había color político, fue una hermosa tarea.
El 11 de septiembre estaba en mi casa, no me percaté de golpe en un primer instante, fue mi hijo el que despertó tarde y me señaló que tenía que ir a la Universidad Técnica del Estado a un encuentro entre el Cardenal Raúl Silva Enríquez y el Presidente Allende. Él trabajaba allá, llegó atrasado, menos mal. Fue él quien primero me alertó que algo raro pasaba. Manuel estaba en el sur.
¿Qué pasó con su familia tres años después?
Hoy (al momento de la entrevista), se conmemoran 40 años desde que me arrebataron a mi familia. Ese día estaba con mi hijo más chico viendo televisión… tengo grabado todo, como si estuviera viéndolo en este momento. Sentí llorar a lo lejos a un niño… al rato ese llanto se hizo más fuerte y cercano, le pedí a mi hijo que saliera a ver, me llamó alarmado, era el “puntito” mi ahijado que lo traía una señora.
Esa fue una de las últimas veces en que se ha abierto esa puerta –e indica una puerta de ingreso a la casa-, era mi nieto. La mujer nos relató que cerca de las 23:30 horas había encontrado al niño en la calle luego de que desde un auto lo abandonaran. Que un hombre corpulento lo dejó y se dio a la fuga, por eso ella venía recorriendo casi casa por casa preguntando si lo conocían. Es Luis Emilio, mi nieto, le dije… no entendía qué pasaba, dónde estaban sus padres, mi hijo y mi nuera. Guarda silencio.
Uno a uno fueron secuestrados
Ese día, cerca de las 19.30 horas, Nalvia Rosa, la mujer de su hijo había salido junto a este en dirección a calle Nataniel N° 47, donde trabajaba él. De ahí volverían a casa junto a otro de sus hijos, Manuel. Así lo hicieron alrededor de las 9 de la noche. Jamás regresaron, no llegaron a su destino.
El día 29 de abril de 1976, alrededor de las 21:30 horas, Nalvia Rosa Mena fue detenida -en compañía de su esposo Luís Emilio Recabaren González, del hijo de ambos, Luís Emilio Recabaren Mena, de dos años y medio de edad y de su cuñado Manuel Guillermo Recabaren González-, por agentes de la DINA en un operativo montado en el sector de Sebastopol con Santa Rosa, en el sector sur de Santiago, a escasas dos cuadras de su casa.
El único que logró salvarse fue el “puntito”, Luis Emilio que con sus dos años y medio nada pudo hacer para evitar que secuestraran a sus padres y su tío. A él también lo llevaron al principio pues su madre no lo soltaba. Debieron doblegarla por la fuerza golpeándola en el vientre en que llevaba otro retoño, estaba embarazada.
Solo así le arrebataron a su hijo, el mismo que fue abandonado alrededor de las 23:30 hrs. en las cercanías del lugar, por un sujeto alto y corpulento que se movilizaba en un taxi. Ana González se enteraría más tarde por medio de una dirigenta vecinal que militaba en el antiguo Partido Nacional del sector, que según testigos presenciales del secuestro, se supo que Nalvia Rosa -con tres meses de gestación- había sido golpeada en el vientre con la culata de una metralleta, a pesar de sus gritos y súplicas y, en estado inconsciente fue introducida en uno de los vehículos en que se movilizaban los agentes.
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Buscaron destruirlos
De una plumada habían secuestrado y hecho desaparecer a dos de sus hijos, su nuera y el niño que llevaba en su vientre. No sería todo, el drama que debió soportar y que arrastra hasta hoy estaba recién desencadenándose. Con el tiempo se enteró que en la captura habría participado un carabinero del sector, el “paco Alejo”, un conocido torturador que vivía en la misma población.
Al día siguiente, el 30 de abril de 1976, Manuel Segundo Recabarren Rojas, padre de los Recabarren González, marido, salió de casa muy temprano, iba a averiguar qué había pasado con sus hijos. No volvió tampoco. Fue secuestrado a las 07:10 minutos después de salir de casa, lo estaban esperando, se disponía a abordar un bus en dirección a un destino que jamás encontró.
Posteriores testimonios judiciales y ante las comisiones establecidas para allegar verdad a los casos de detenidos desaparecidos, acreditaron que desde el lugar de la captura ilegal fue trasladado a hasta el cuartel clandestino denominado Villa Grimaldi, recinto de detención de la DINA. Allí fue visto y reconocido por diversos prisioneros sobrevivientes. El relato testimonial ante la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, también da cuenta que su rastro se perdió en agosto de 1976, cuatro terribles meses después. De acuerdo al informe oficial, desde esa fecha de ninguno de los cuatro secuestrados se ha vuelto a tener noticias.
En menos de dos días la vida de Ana y sus hijos sobrevivientes se trastocó, cuatro miembros de la familia Recabaren desaparecieron, hasta hoy. Los hechos están establecidos, al punto que desde el propio Ejército se reconoció que los restos habrían sido lanzados al mar… nadie ha respondido, nadie ha sido declarado culpable, no se ha hecho justicia.
Anita, ¿cómo se levantó de tanta desgracia?
Nunca olvidaré cuando mi compañero salió a buscar a mis hijos y nuera, al sentir la puerta sentí que el pecho se me apretaba, no pensé en nada malo, pero recuerdo esa sensación. Al rato supimos que también lo habían secuestrado. Ese día yo iba a salir con Manuel, pero me quedé consolando a mi nieto que lloraba por su mamá, eso me salvó, quizás hoy no estaría aquí.
Fue terrible cada día salir en la búsqueda de los que me arrebataron, pero no estuve sola. “Manos Amigas” me dejaron alimentos y una nota, “recurra en busca de ayuda a la Vicaría de la Solidaridad”, decía. Así lo hice, pero tenía desconfianza. Uno de los abogados me interrogó si sabía si mi hijo mayor era activista o militaba, le dije que no, se sonrió, me dijo “lo conozco, trabajé con él cuando era cura y hasta participamos juntos de una toma”… de a poco fui confiando y viendo que mi dolor no era solo el mío, que miles estaban pasando por lo mismo o peor.
¿Cómo se las arregló para estar en los dos frentes, su hogar y la Vicaría?
A diferencia de otras mujeres, mis hijos eran adultos, por lo que pude dedicarme a buscar a los míos y transformé a la Vicaría en mi segunda casa. Claro que yo era de la lucha callejera, no para ser dirigente. Trabajábamos en el más estricto secreto, para evitar poner nuestras vidas en riesgo.
¿Hubo momentos de flaqueza?
Ver la lucha de las que ya tenían detenidos desaparecidos, su experiencia, apagaban las esperanzas de encontrar con vida a los míos, pero nunca se extinguió el sueño. Nunca, hasta ahora he dicho esto se acabó. Yo sé que vivos no los vamos a encontrar, es obvio, pero sobrevivimos para dar testimonio para que nunca más suceda esto en Chile.
¿Qué siente hoy al ver lo que sucede en el país, la política?
No solo en el mundo de los DDHH se ha perdido la valentía y la consecuencia, también en los partidos políticos. Los partidos eran distintos también los dirigentes. Las juntas de vecinos desparecieron, no hay organización, antes se reunían los jóvenes en torno a una guitarra y un sueño… los políticos se olvidaron, perdieron las causas de esta lucha del pueblo, sin armas, por un mejor estado de la gente. Peor todavía, se quisieron olvidar.
¿Qué les diría Anita a aquellos que olvidaron o renegaron de su origen?
Nosotros, los familiares de las víctimas, éramos la voz de los que no tenían voz. Por eso hoy al ver a la clase política que traicionó los grandes ideales, da rabia. Si hoy estuviera en el Congreso, frente a todos los parlamentarios les diría “Vergüenza les debía de dar” y a mí me da vergüenza estar parada frente a ustedes, porque renunciaron a la verdad, a la justicia, sea por razones económicas o porque no querían hacerse de enemigos en la derecha a la que necesitaban por el binominal y esas cosas. Necesitaban los votos y renunciaron a la defensa de los derechos humanos.
Álvaro Corbalán ofreció verdad a cambio de beneficios carcelarios, ¿qué opina, les concedería perdón por información?
Álvaro Corbalán es un traidor a los compinches de él y a sí mismo porque eso lo dice pero de adentro sabe que no va a decir nada. Claro que quisiera saber dónde está Manuel, mis hijos y mi nuera, pero perdonar a los criminales… es una difícil pregunta... guarda silencio… no creo que perdonaría. Igual ellos debieran entregar lo que saben pero si es un chantaje, ¡váyanse a la mierda! guárdense la información.
Ellos están presos, ustedes, las que sobreviven están libres, pero sin aquellos que les arrebataron… ¿ustedes triunfaron?
Ellos se olvidaron de una palabra muy hermosa, del amor. Nunca creyeron que por amor nosotros íbamos a resistir y crecer. Nosotros estábamos dispuestos a dar la vida por saber dónde están… ¿Quién le grita algo a nuestros hijos hoy? Nadie, pero ¿pueden decir lo mismo los hijos de los asesinos? Le traspasaron a los hijos los crímenes que cometieron, es una pena. ¿Les gustó matar? No midieron las consecuencias, lo que hicieron fue muy grave.
¿Se debe perdonar a los más ancianos en Punta Peuco?
No deben soltarse a esos asesinos que están en Punta Peuco y que quieren chantajear a nuestro dolor. Quizás perdonaría a uno que habló y permitió que encontráramos a nuestro ser querido. Pero ahora, qué sacan con hablar… quieren hablar porque quieren la libertad. Me violenta.
Álvaro Corbalán dice sentir miedo
Le creo a Corbalán cuando dice que tiene miedo. Pero no miedo a los reos comunes sino que a sus propios compañeros de fechorías, pues pueden pensar “este weón va a hablar”. Mala suerte para él, pero fue muy horrible lo que hicieron.