Oh I'm just counting

¿Socio o mecenas? Por Rabindranath Quinteros. Senador

La pandemia no solo ha impactado en la salud de los chilenos. Sus efectos en la economía son severos e inciden de manera drástica en millones de personas que viven de su trabajo y de sus capacidades emprendedoras a lo largo de todo el país. El gobierno, sin embargo, ha preferido actuar como mecenas y custodio de los grandes negocios en vez de ocuparse del calvario que sufren los pequeños.

Micro, pequeñas y medianas empresas son víctimas de este proceso. Muchos emprendedores han debido reducir sus operaciones. Otros han logrado reinventarse a través del delivery -en el caso de la gastronomía y determinados servicios- aun a costa de llevar sus márgenes de ganancia al mínimo y conminados a competir con un floreciente comercio informal.

También están los que sencillamente se han visto obligados a terminar sus negocios. De cerca les siguen quienes, de no mediar pronto algún tipo de solución, pronto tendrán que cerrar.

Es que, a pesar de los anuncios de ayuda realizados por el Gobierno, los bancos no entregan opciones de financiamiento a las Pymes, hoy convertidas en negocios de riesgo a ojos de las instituciones financieras. De esta forma, no hay acceso a crédito ni tampoco ayuda estatal suficiente.

El recientemente anunciado plan nacional de Emergencia debería corregir algunos de estos problemas, pero el Ejecutivo no ha presentado aún ninguna iniciativa al respecto.

Sin embargo, en días pasados el gobierno ingresó un proyecto con el fin de “cautelar el buen funcionamiento del mercado financiero”, un eufemismo bajo el cual se pretende modificar un conjunto de leyes que permitirían, entre otras acciones, que los Fondos de Pensiones puedan invertir en títulos de deuda no inscritos. Es decir, que los recursos previsionales de los trabajadores del país vayan, a través de las AFP, en auxilio de las grandes empresas.

Así entendida, la preocupación por equilibrio del mercado financiero omite el hecho de que en la base de la pirámide económica se sitúan miles -si es que no millones- de pequeños y medianos emprendimientos. Desde la hotelería y la gastronomía, pasando por empresas de servicios locales, transporte de carga y pasajeros, la pesca artesanal, el turismo y el comercio de pequeña escala se encuentran en un posición precaria y desventajosa.

Todo indica que hacia ellos debiera existir una ayuda estatal sólida y eficiente, que permita superar la crisis y, al mismo tiempo, trabajar en estrategias para enfrentar el tiempo que vendrá, porque es ilusorio pensar en que la normalidad retornará de un día para otro, junto con la primavera. Sin embargo, nada de ello ha ocurrido. Los indicadores de desempleo así lo demuestran. También lo evidencian las largas filas de personas en las notarías, tramitando finiquitos, y en las oficinas del Seguro de Cesantía.

El sistema público cuenta con un conjunto de instituciones que poseen la capacidad para acompañar y respaldar a las MiPymes. Desde Indap a Sercotec, pasando por Corfo e incluso Indespa deberían canalizar sus esfuerzos en asistir a la micro, pequeña y mediana empresa. Este es esfuerzo tiene que ser adicional y paralelo a la asistencia social que se otorga a las familias más necesitadas. Eso es lo que se espera de un Estado solidario y consciente de la realidad y las necesidades de las comunidades que le conforman.

Nadie puede cuestionar que también deba tenderse una mano a las grandes empresas, pues son gravitantes en el bienestar de la economía nacional. Pero en este caso no puede tratarse de una contribución gratuita y desinteresada. Varios países -a los que solemos mirar como ejemplo- han considerado incluir la participación del Estado, de manera transitoria, como socio y no como mecenas de aquellas grandes corporaciones que requieren asistencia.

Así como hasta ahora la pandemia ha obligado a las sociedades del mundo a reformular sus modos de convivencia, también es imperativo reconsiderar la manera en que hasta ahora el Estado ha facilitado las condiciones para que la gran empresa crezca y se desarrolle. Durante demasiado tiempo, Chile privilegió los grandes negocios a través de un trato preferencial, si es que no permisivo. Hoy puede cambiar las reglas. Puede contribuir a salvar las empresas en peligro, claro, pero a cambio de ciertos grados de participación y no sólo como un ente subsidiario.

Pero fundamentalmente, hoy es momento de que mirar hacia la base y poner en el centro de la preocupación a los pequeños negocios, que son muchos, que aportan trabajo y que contribuyen al florecimiento y dinamización de las economías locales. Es un gesto que el país entero agradecerá.