La bruma, menos densa que la niebla, se ha apoderado de la tarde y extraña, atenúa el resplandor de luz que se desliza por los cristales del soberbio edificio, opacando el brillo de deslustradas hojas que, en el polvo que las cubre, acumulan la historia de una ciudad abrumada.
Me ha costado escribir este texto, algo en mí se ha resistido a hacerlo, como si el misterio de la bruma se hubiese expandido abrumador por mi cerebro para impedirme vislumbrar con claridad lo que quiero decir; algo como una fuerza extraña que ha venido a instalarse impertinente para decirme: déjalo, al menos por ahora renuncia a escribirlo pues, aunque necesitas verter eso que te agobia, careces de la claridad para hacerlo.
¿Será la angustia por la falta de certezas, al no encontrar la palabra precisa para revelar el mensaje que me corroe el alma? Señales imprecisas que se ciernen arrolladoras y que enfrentan la imperativa orden que me impulsa a expresar la realidad de algo incierto, oculto por la bruma.
…A los catorce años, vine a estudiar a Santiago. Cambié la calidez del hogar por el esperanzador espejismo del saber y en una mañana de marzo, se agitó mi facha provinciana con el mugroso griterío de rostros desconocidos y los bocinazos de una ciudad bullente. De la mano de mi maleta en que iban mis pertenencias traspasé atónito el enorme portón de hierro que se abría ante mí, y que al cerrarse, decretó mi encierro…
Días después, sumido en mi nostalgia, observaba desde un asiento la plácida caída de la tarde, cuando advertí a un funcionario presuroso, trasponer el portón verde hacia la calle… ¡Cómo lo envidié en doloroso silencio al verlo disfrutar del irrenunciable valor de la libertad!...
¡¿Qué han hecho de ti colegio amado?! Medito observando el humo negro de un bus que arde en el preciso lugar donde hace cincuenta años se posó mi mirada que hoy se pierde en la bruma de la tarde. Los alumnos menores –ha dicho el reciente ex rector- se aterran con la violencia de alumnos mayores que queman buses frente al recinto.
Incapaz de procesar ciertos hechos, mi cerebro se contrae y permanece en alerta… Cuánta gratitud por el misterioso lugar de encierro, donde además de amistad, descubrí una puerta hacia el conocimiento.
La bruma -más allá del horizonte- difusa ambiguas montañas, que se confunden con siluetas de fantásticas bestias extinguidas en el brumoso pasado de la humanidad.
En mis primeros años, en el barrio Mapocho, supe del sabor de la libertad junto al escuálido río, refugio de vagabundos, trabajadores del ripio y recolectores de desperdicios. Barrio trágico y de una arisca y avasalladora belleza… Sentenció Nicomedes Guzmán, y nos dejó una novela de sangre y esperanza; y además, un mensaje sobre injusticias sociales y, de la vida al interior del conventillo. ¡Si lo hubiéramos atendido!...
Persiste la bruma por la que los hombres nos internamos y que en la tarde de mayo se extiende por el valle como indestructible enlace entre el ayer y el mañana, entre el horror y la euforia, entre la luz y la sombra ¡No hay prisa! Es inútil, la bruma persiste y todo esfuerzo por difumarla, se hará estéril.
La ambigüedad que invade este texto se origina en mi desconcierto, que me insta a callar, pero mi necesidad de hablar lo supera, proveniente tal vez de un íntimo deseo por expresar algo opuesto al pensamiento de la masa que se arrastra por la corriente, pero… ¿No es acaso ahí donde se guarece el resplandor de lo inspirador?
Quizás, el texto no sea más que un desesperado intento del autor por vaciar algo que encabrita su ego de escritor y que, convencido de su autenticidad, anhela compartir con un lector desconocido, en su incesante búsqueda de una esquiva puerta que nunca pudo encontrar.
…En el sur, la niebla empezaba a disiparse para volverse una pesada bruma cuando el ronco rugido de las balas acallaron el canto del ave. ¡Sangre que clama por sangre! Ineludible lamento del hombre por controlar su instinto.
¿No debimos acaso enfrentarnos a la violencia desde el instante en que, en pavoroso despertar, nos enteramos del abominable crimen de un matrimonio quemado en un ataque a su propiedad? ¿No debió gatillarse en ese instante un fervoroso control de la violencia?
Confusa, la autoridad se debate entre anacrónicos conceptos ideológicos y la simple aplicación del sentido común. ¡Qué difícil es ser autoridad! Todo abuso daña la paz social y es obligación del Estado resguardarla. Sin paz, no hay unidad, y sin unidad, no habrá progreso. El Estado debe proveer seguridad y protección al débil. La falta de seguridad siempre amenaza la estabilidad social. El populismo, uno de nuestros grandes males, inhibe el deber de actuar cuando no es posible dejar de hacerlo.
Es primera urgencia del país recuperar la seguridad. Hay decisiones que cuesta tomar y es difícil catalogar cuanto de coraje hay, por tomarlas, o cuanto de cobardía hay, por no tomarlas. Es impreciso y brumoso el rango entre una y otra calificación y es lo que dificulta la gestión de la autoridad, pero es también, lo que consolida o debilita su liderazgo.
¡Sobran los tibios! Incluso en el infierno. Hasta el demonio los detesta, pues, ante a un pecador que hizo algo, quedan como inútiles: El lugar más oscuro del infierno se reserva para aquellos que en épocas de crisis moral conservan su neutralidad.
…La bruma controla mi cerebro y se va extendiendo opresora hasta que surge un luminoso destello para advertirme que todo era una farsa ¡Solo era ficción! No existen los convencionales ¡No son reales! ¡Todo ha sido un cuento! Trabajaron por meses de manera infructuosa y están llegando a un resultado infértil. No han sido capaces de cumplir con la tarea que, con ingenuidad, la ciudadanía les encomendó.
En esencia, los convencionales no contaron con la representatividad que se requería. Aunque se eligieron en un proceso democrático, en su mayoría representan grupos independientes que no pertenecen a partidos políticos que garanticen la necesaria representatividad.
Han redactado un borrador en el nombre del pueblo y para el pueblo, que intenta imponer un Estado extraño a nuestra esencia. La vulgaridad, el histrionismo y la soberbia en su redacción, dan cuenta de fórmulas ajenas a la naturaleza de nuestro pueblo, por lo que el texto contradirá su propio objetivo, acercándose a la redacción de una Constitución absoluta, cercana a la de un régimen dictatorial, tan cercano en nuestra historia y tan detestado por la ciudadanía.
Los imprecisos bordes de ese lóbrego futuro que la bruma envuelve, tienen voces que recojo: Lo que está saliendo de la Convención atenta contra los principios más básicos de la democracia. El revanchismo es el principal factor de la incertidumbre. La propia izquierda sepulta la idea de una nueva Constitución. Este es un mal borrador que impactará de forma negativa en el crecimiento y el desarrollo de las personas.
Si el texto Constitucional presentado por la Convención Constituyente gana por poco margen, constituirá un fracaso y nos enfrentaremos al dilema de reformar el texto recién aprobado. El sol resplandece horadando la bruma de la tarde y dibuja en el cielo, la cita de Unamuno que interpreto en esta circunstancia: Venceréis, porque has impuesto con brutal fuerza la opinión de la mayoría, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir…