Oh I'm just counting

Educación sexual y alza del Sida… ¿y ahora quién podrá defendernos? Por Ricardo Gómez, Director Ejecutivo de DebatEduca

Con independencia de las convicciones personales de cada cual, analizar los valores socialmente aceptados en Chile (y en la generalidad de la sociedad occidental), implica –salvo para quienes se parapeten en el máximo ejemplo de ceguera intelectual- ver la reivindicación de los valores de la igualdad y la libertad individual. Por ejemplo, el levantamiento cada vez más masivo del feminismo, la participación de los grupos LGTBI+ en la discusión de políticas públicas, entre otros, ha permitido visibilizar problemáticas hasta antes ocultas voluntaria o inconscientemente por las estructuras de poder. Es un hecho que la masificación en el acceso a redes sociales y la diversificación de las fuentes de información que ello ha supuesto, son una causa relevante del cuestionamiento y nuevas categorías de lo que consideramos la realidad.
 
Durante centurias el rol de lo masculino/femenino permaneció más o menos establecido. Las labores domésticas, el cuidado de los hijos y hasta el uso de colores y vestimentas en particular venían dados por la imposición de la mayoría y en el más propio sentido foulcaultiano, eran los medios de comunicación los que establecían o propagaban una idea definida de lo normal. Dicha estructura se ha visto remecida por los denominados movimientos progresistas que, dando cuenta del fenómeno posmoderno, superan lo que tradicionalmente han sido los grandes relatos de la historia y reivindican los micro relatos: aquellos en los que la verdad no se define a partir de la típica disputa hegeliana de dos bandos primordiales, sino que son producto de una de-construcción de múltiples perspectivas. Este paradigma permite que lo que antes era considerado sólo como minoría -o hasta inexistente por la cultura dominante- y que, por tanto, era marginado del devenir histórico, ahora pase a protagonizarlo en base al principio de igualdad. Así, la construcción de la realidad se atomiza entre diversos actores y cambian las estructuras de poder y de creación de las verdades sociales.
 
Ideas, conductas, opiniones que antes la sociedad reprimía y/o ignoraba por catalogarlas de tabúes, imposibles o inapropiadas, ahora son parte de la realidad más y menos pública de las personas y no queda ajeno a ello la sexualidad, toda vez que el individuo cuestionador de la estructura social tradicional, es también cuestionador de tales estructuras en su plano más inmediato: el íntimo.
 
La vida del individuo y con ella su sexualidad hasta hace poco no se explicaba más que de la perspectiva dialéctica tradicional: el hombre y la mujer. A ambos se les asignaba un rol preestablecido que, entre otras cosas, validaba y hasta felicitaba socialmente las diversas expresiones de la sexualidad masculina sin mayor límite que el de la heterosexualidad. En el caso de la mujer, en cambio, la conducta sexual suponía una carga mucho mayor con límites que además de la heterosexualidad, fijaban como deber una idea de virginidad y procreación (en el sector más conservador) y una figura difusa de recato manifestada al menos en la obligación de pareja única. Asimetrías de género que actualmente son cuestionadas y que se han ido construyendo.
 
La reivindicada libertad e igualdad como valores socialmente aceptados, permite la legítima expresión del individuo en sus características más propias, sin necesidad de encuadrarse en la categoría dominante de lo normal. Surgen de ahí las múltiples conductas sexuales, la diversidad de géneros e identidades. Para bien o para mal, le guste a quien le guste, esta es una descripción de hecho y no de valor de la sociedad posmoderna.
 
La sexualidad como patrimonio, derecho y expresión de la subjetiva libertad del individuo, implica necesariamente entenderla como un fenómeno diverso, difícilmente encasillable en categorías. Todo lo cual supone un desafío mayor de responsabilidad en el ejercicio de dicha sexualidad a fin de evitar traspasar el límite de toda conducta humana: el daño a los otros integrantes de la sociedad.
 
El Estado liderado por individuos observadores de estas conductas sociales, con el deber constitucional de velar por el bien común y de promover la integración armónica de todos los sectores y grupos intermedios de la sociedad, debería estar en condiciones de asumir estos desafíos con campañas adecuadas, a fin de no quedar obsoleto y recibir a posteriori la nefasta cuenta de su falta de visión. Eso es lo que nos ha ocurrido con el contagio del VIH SIDA, que en Chile en sólo 7 años se ha incrementado un 96% entre jóvenes de entre 15 y 25 años, con unas 40mil personas infectadas que lo desconocen (datos del MINSAL).
 
¿Cómo ocurrió esto sin que nos diéramos cuenta?
 
La respuesta se debe a una actitud negacionista de los cambios sociales, la que puede ser consciente o inconsciente según se impute o no al Estado (en particular a quienes lo administran), la negligencia de no vislumbrar los cambios o, en un sentido más radical, en el afán sistemático de negar y no dar cabida a las nuevas estructuras que implican la deconstrucción de lo tradicional y con ello, de las estructuras de poder.
 
Antes, las campañas de concientización sobre los riesgos de las ETS partían de la base de una sociedad heteronormada y de dos grupos: mujeres y hombres, con conductas sexuales fuertemente preconcebidas por la cultura dominante, en tanto que lo desviado de la norma quedaba marginado y hasta resuelto al disolverse en la minoría del tabú. Al romperse estas estructuras, el Estado requiere de forma urgente ampliar también su campo de acción, lanzar campañas que apelen a la educación sexual de todo individuo y ya no sólo de los grupos considerados por centurias como los únicos, normales y dominantes.
 
El desafío está en cómo crear políticas públicas que logren educar en el autocuidado que se necesita para todo individuo, aprovechando la diversidad y no transformándola en un problema. Sólo en la medida que esto se logre se salvarán miles de vidas humanas y de miles de millones de pesos para el fisco.
Cualquiera sea el plan de acción a seguir, la creación de una estrategia de solución debe tener siempre como centro la práctica del debate como disciplina y metodología, y ello por varios motivos:
 
- La heterogeneidad de la diversidad humana requiere que el individuo se informe sobre los que piensan, opinan y, en este caso, tienen prácticas sexuales lícitas distintas a él. Para ello sentarse a debatir, a cuestionar en libertad es esencial, pues de no hacerlo, nos arriesgamos a formar individuos ignorantes de la realidad sexual de sus pares (cuyo efecto inmediato es el de llenar esos vacíos de conocimientos con el prejuicio, el más típico de todos: “sólo existe lo que yo hago, todos actúan igual a mí” (punto de partida para la exposición al contagio de enfermedades de transmisión sexual).
 
- No sirve la clase expositiva de sexualidad en la que un experto depone sobre la materia y otros “menos conocedores”, simplemente escuchan. La misma diversidad y libertad socialmente reivindicadas, hacen que el individuo tenga su propia forma de vivir su sexualidad, su propia opinión y dudas, las que requieren ser expuestas y compartidas y así, en el debate grupal con un formato que permita escuchar y evaluar las opiniones de todos, consensuar deberes de cuidado comunes.
 
En síntesis, durante décadas el Estado asumió una realidad estereotipada y hasta reduccionista de comportamiento sexual cuya estructura típica ha sido superada. Renovar los planes de educación sexual pasa necesariamente por cambiar su dinámica de enseñanza-aprendizaje, requiriendo un nuevo enfoque basado en hacer al individuo partícipe del análisis de su propia sexualidad, formarlo consciente y tolerante de la diversidad de su entorno y para ello, -dado que la estructura masculino/femenino y heteronormativa no alcanza-, es el debate como metodología de educación el que permite reunir en un mismo espacio diversas visiones, prácticas y dificultades, superar los estereotipos, la vergüenza, el tabú y proponer soluciones.
 
La pregunta entonces es: ¿tenemos las habilidades y actitudes para debatirlo? ¿gobernantes, profesores, colegios, ongs, empresas, etc., están capacitados y dispuestos a afrontar éste y otros debates sobre aquello que hasta hace poco nos parecía tabú?
 
Si la respuesta a la propuesta de divulgar la metodología del debate en sexualidad es negativa, entonces… sálvese quien pueda.