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“Milagro en Teatinos 56": Contraloría despierta del coma gracias a Dorothy Pérez

Por Antonia Paz

Durante años, la Contraloría General de la República fue, para muchos, una especie de museo viviente: un lugar solemne, lleno de papeles amarillentos, con funcionarios dedicados a sellar formularios y a no molestar demasiado. Una especie de siesta institucional. Pero de pronto, algo insólito ocurrió: la institución despertó. Y, para sorpresa de propios y extraños, empezó a hacer su trabajo. ¿El motivo? Una mujer llamada Dorothy Pérez.

Sí, señor@s: la Contraloría volvió a funcionar. Dejó de ser ese organismo testimonial que observaba los abusos del poder con la misma intensidad con la que uno mira pasar una nube. Hoy firma oficios que incomodan, fiscaliza sin miedo y, lo más peligroso de todo, piensa por sí misma. Y detrás de esta incómoda reactivación institucional está su actual Contralora, que ha demostrado que no hace falta un bombo para hacer ruido: basta con cumplir la ley.

Bajo su gestión, el organismo ha vuelto a ser un actor del sistema de control, emitiendo dictámenes relevantes, observando licitaciones, frenando desbordes administrativos, y—¡horror!—defendiendo el interés fiscal. Un escándalo. Nadie lo esperaba.

Antes, los contralores parecían tener un compromiso inquebrantable con la invisibilidad. Algunos se hacían conocidos por sus silencios, por su diplomacia extrema o por su talento para no ver. Pero desde que Dorothy Pérez asumió, la Contraloría ha retomado un rol fiscalizador incómodo, pero necesario. Y eso, en un país que se acostumbró a que los órganos de control fuesen decorativos, resulta revolucionario.

Claro, hay quienes la acusan de ser estricta, de meticulosa, de ir “más allá de lo necesario”. Pero cuando uno escucha esas críticas, es cuando entiende que algo se está haciendo bien. Porque en el Chile de los convenios truchos, las licitaciones dirigidas y las contrataciones por parentesco espiritual, tener a alguien que diga “esto no corresponde” es casi una herejía.

Gracias a su liderazgo, la Contraloría no sólo volvió a ser visible: volvió a ser útil. Se atrevió a cuestionar decisiones de ministerios, a frenar contrataciones irregulares, a revisar millonarios contratos públicos y—esto ya es insólito—a decir que no. 

El Estado, por fin, tiene una aliada que no está interesada en agradar a nadie, sino en cuidar los recursos públicos. Y eso es algo que los ciudadanos agradecen, aunque a algunos políticos les produzca una comezón institucional. Es lo que pasa cuando una funcionaria pública decide que su lealtad es con la Constitución y no con el poder de turno.

Así que, en tiempos donde muchos organismos hacen como que fiscalizan, la Contraloría decidió fiscalizar de verdad. Y lo hizo gracias a alguien que entendió que el cargo no es para decorar ceremonias ni para posar en retratos oficiales, sino para hacer cumplir la ley. Aunque moleste. Aunque incomode. Aunque recuerde a algunos excontralores que, en comparación, parecían en animación suspendida.

Hay que agradecer a Dorothy Pérez por devolverle el pulso a la Contraloría. Y por recordarnos que, a veces, lo más revolucionario que puede hacer un funcionario público… es hacer su trabajo.