La reciente columna de Carlos Peña en El Mercurio, dedicada a comentar la intervención de la Contralora General en ENADE 2025, parece escrita más desde la bilis que desde la razón. Lo que debió ser un análisis sobre el rol constitucional del órgano de control terminó convertido en una diatriba personal, carente de objetividad y repleta de insinuaciones impropias de quien se precia de intelectual riguroso.
En su pieza, Peña reprocha a la Contralora haber llevado a un foro empresarial un discurso sobre probidad y responsabilidad pública. Pero ¿qué esperaba? ¿Un elogio a la desregulación, a la opacidad o a la discreta complicidad entre poder político y poder económico? Su crítica no revela preocupación por la forma institucional del acto, sino incomodidad ante el fondo de su mensaje: que el control, incluso del mercado, es también una dimensión de la República.
Jurídicamente, la intervención de la Contralora fue impecable. Tanto que de pie la ovacionaron y aplaudieron. Recordó, con la templanza que distingue a quienes entienden el derecho como límite y no como ornamento, que la Contraloría General de la República no responde al gobierno de turno ni a los intereses que desfilan en los salones de ENADE. Su deber es con la Constitución, con el gasto público, y con el principio de probidad que sostiene el Estado de Derecho. No hay nada más republicano que eso, y un analítico, racional y riguroso intelectual como Peña desperdició la oportunidad de reconocer ello y de liderar una propuesta por el reforzamiento legal y económico de la Contraloría, cuyo presupuesto prefiero ni mencionar por lo exiguo que es.
Lo preocupante, entonces, no es lo que dijo la Contralora, sino lo que revela la reacción de Peña: la resistencia de cierta élite académica a aceptar que la autoridad moral también puede provenir de una mujer que ejerce el control público sin pedir indulgencia a los poderosos.
Aristóteles definía la envidia como “el dolor ante el bien ajeno”. Y en este caso, ese dolor parece más agudo de lo que el autor reconoce.
Porque si algo mostró ENADE 2025 fue que el poder puede sentirse incómodo frente a la ley. Y si algo mostró Peña fue que la envidia intelectual, cuando no se reconoce, termina disfrazándose de lucidez. Lo triste es que en ese extravío, el decano de la crítica nacional se haya convertido —sin advertirlo— en lo que siempre dijo combatir: un opinante dominado por sus prejuicios, incapaz de distinguir entre la razón y el resentimiento.
El extravío del juicio: cuando la envidia se disfraza de lucidez: Por Ricardo Rincón González, Abogado.


