Oh I'm just counting

El fin del vandalismo y la incompetencia institucional. Por Dra. Carmen Galarce, Profesora Emérita de la Otterbein University, Ohio, USA.

Por Dra. Carmen J. Galarce, Profesora Emérita de la Otterbein University, Ohio, USA.

Después de una larga y tensa espera, USA entra en una etapa de júbilo, alivio y esperanza nacional. Una coalición formada por demócratas, republicanos, independientes, conservadores, moderados y progresistas políticamente y por hombres y mujeres de todo el espectro racial del país, han defendido la democracia y el futuro de la nación al votar mayoritariamente por Joseph Biden y Kamala Harris. Biden representa la decencia y la dignidad y el puente entre generaciones. Kamala llega a la historia epitomizando a la mujer y la variedad racial –africana, Latina, asiática- que caracteriza a los Estados Unidos, país de inmigrantes.

La pesadilla y la obscuridad quedan atrás. Hoy se abren las puertas del futuro y la esperanza. Y esa es la razón de las celebraciones jubilosas y emocionadas que se vieron en todo el mundo. La alegría, la emoción y la satisfacción permean el aire y todo parece diferente.
Han sido 4 años de caos, de ignominia, de corrupción, de incompetencia, de injusticia y de ataques constantes para socavar las instituciones democráticas. La mentira, la distorsión de la realidad evidente, la legitimización de la mayoría supremacista y la incitación a la violencia, la vulgaridad del discurso, el nepotismo descarado y el respaldo cobarde e inamovible de los republicanos tan corruptos como Trump, fueron el pan de cada día.

Personalmente, no habría podido mantener mi salud mental si no hubiera estado acompañada por grandes figuras del periodismo como Rachel Maddow, Lawrence O”Donnell, Stephanie Ruhle y Joy Reid (MSNBC). O como operadores políticos como Steve Schmidt (Lincoln Project) y la incomparable Suzy Smith que estuvo en mi casa durante las elecciones primarias y que después desarrolló una gran campaña informativa a nivel nacional para votar por correo.
La historia tiene sus momentos de ironía: Philadelphia, la ciudad más grande de la ‘selva del cuáquero Penn’ (Pennsylvania), es un lugar importante históricamente. En 1776, Thomas Jefferson escribió allí la Declaración de la Independencia y ahí mismo se firmó la Constitución del país, el símbolo de libertad que garantiza los derechos inalienables del hombre. La Declaración dice que ‘cuando cualquier forma de gobierno que ponga en peligro estos derechos la gente tiene todo el derecho a cambiarlo y elegir otra forma de gobierno’. Y hoy, 244 años más tarde, la ciudad de Philadelphia y el estado de Pennsylvania le han dado el triunfo al representante demócrata, rechazando de este modo la pretensión autocrática.

Biden y Harris asumirán el 20 de enero. Eso significa que nos quedan 76 días más de corrupción y de destrucción de instituciones, de vitriolo, de amenazas, de demandas legales infundadas y frívolas y, por supuesto, de una seguidilla de perdones para los favoritos asediados por la ley. Es posible que Trump se perdone a sí mismo de la gran cantidad de demandas que hay en su contra. Estas cosas serán las últimas acciones de la pesadilla que se cernió el 2016 y que USA acaba de rechazar. Acabo de oír un informe que Trump se rehúsa a conceder la elección. Ruido sin sentido: la gente ya le dio el mandato al voto Biden-Harris y la matemática electoral es clara. La vemos 24 horas al día en la TV porque el conteo sigue, aunque ahora es irrelevante. Se esperan más pataletas similares.
Mientras tanto, el Presidente electo Biden planea órdenes ejecutivas para regresar al Pacto Climático de París, para volver a formar parte de la Organización Mundial de la Salud, para rechazar la prohibición de inmigración musulmana de Trump y para reestablecer el programa para los “Dreamers”, los hijos de indocumentados que nacieron en los EEUU. Hoy acaba de anunciar un panel de expertos en Epidemiología para enfrentar el Coronavirus que arrasa en el país con casi 10 millones de casos y 250.000 muertes hasta hoy.
La democracia existe sólo si la cuidamos y la vigilamos. La complacencia y la falta de espíritu cívico la vulneran y la hacen caer en manos de falsos profetas y vendedores de humo con pretensiones autocráticas. Y el precio que se paga por recuperarla es alto y lento.