Las elecciones de convencionales trajeron variadas sorpresas al escenario político y electoral del país: En primer lugar, hubo un fuerte castigo, a los partidos tradicionales y particularmente a la coalición de derecha, que no obtuvo su anhelado 30% que le permitiría usar su capacidad de veto. Pero también a los partidos de la ex Concertación y de ellos, fundamentalmente a la Democracia Cristiana, que solo obtiene un solo constituyente de 48 candidatos que presentó (es patética la soledad del ex presidente de la colectividad, único candidato electo). No obstante lo anterior, y quizás lo más significativo al respecto, es que ningún grupo, partido o coalición política tiene mayoría absoluta para imponer al resto sus concepciones e ideas, razón por la cual, la discusión, disenso y el consenso y no la imposición y/o veto, serán los mecanismos fundamentales de trabajo.
Surge, entonces, con inusitada fuerza y presencia una gran cantidad de rostros nuevos, ajenos e independientes al devenir cotidiano de la política, que recogen el malestar del estallido y fundamentalmente la sensación de que ya no es posible continuar con un modelo de desarrollo de carácter “neoliberal”, que genera no solo exclusiones y desigualdades, sino fundamentalmente toda una suerte de privilegios a las elites por sobre el ciudadano común y corriente.
Pero, sin lugar a dudas, uno de los efectos más significativos de la Convención, sino el más relevante de los resultados, además de la condición de paritaria (mitad hombres, mitad mujeres), es la presencia de la temática indígena, su reconocimiento y visibilidad, que han cobrado una notoriedad como nunca antes en el país. Tanto es así que el mundo indígena y los pueblos que la conforman, por primera vez en la historia de la República estarán presentes con su cosmovisión a través de escaños reservados en la Convención Constitucional, cuyo principal objetivo será proponer al país una nueva constitución.
Pero no solo estará el mundo indígena y los diferentes pueblos que lo representan, también estarán las mujeres, los trabajadores, intelectuales, gente que proviene de colegios privados, pero también públicos. Es decir, por primera vez en la historia del país no estarán “los designados[1]” detrás de la redacción de una carta fundamental.
En segundo lugar, irrumpen además, dos rostros, dos figuras femeninas que paulatinamente comienzan a imponerse en el discurso político y en los medios. Una de ellas, no ha sido parte de la escena política tradicional. Ha estado prácticamente invisibilizada, rompiendo el círculo de la exclusión a través del estudio de la palabra y del símbolo. La otra, si bien es parte de la escena, lo ha hecho imponiéndose a punta de sacrificios y una sostenida voluntad a toda prueba.
No ha sido fácil el camino para estas mujeres para abrirse paso en medio de códigos masculinos y, fundamentalmente, monopolizados culturalmente por la elite del país. Yasna Provoste ha llegado a ser Senadora y presidenta del Senado (brillante gestión en medio de la pandemia), en donde a partir de su liderazgo basado en la confianza y unidad de la oposición, estableció puentes con el gobierno, para presionar por mejores ayudas, por ejemplo el IFE universal, que permitirá traer bienestar a quienes más sufren las consecuencias de la pandemia. Pero antes tuvo que pasar por el camino del desierto a raíz de la acusación constitucional de que fue objeto el año 2008, cuando se desempeñaba como Ministra de Educación.
En efecto, a ella por no provenir de las elites del país, por no pertenecer a “nuestro grupo de origen” se le deja caer. Toda la derecha, en ese momento oposición, además del “fuego amigo” terminó por hacer su rol. Y la profesora, la mujer del norte, indígena diaguita, que no acepta renunciar antes de la votación en la sala, finalmente fue castigada: 5 años condenada a la felonía del silencio y marginación del Servicio Público, su principal vocación. Y todos los actores sabían que esta acusación era absolutamente injusta, ya que, como quedó demostrado finalmente por las instancias pertinentes, no tuvo responsabilidad alguna en el origen de ella.
La estética de la despedida, fue la misma con la que asumió 12 años después como presidenta del Senado: con un pañuelo blanco como único símbolo, tanto de paz como de unidad.
La otra mujer es quien preside la Convención Constitucional, Elisa Loncon, también indígena, profesional, perteneciente al pueblo mapuche-huilliche. Ambas coinciden en un momento como presidenta de la Convención y Presidenta del Senado. Así, el rostro, la mirada, la palabra y la cultura indígena, condenada a 200 años de soledad, olvido, dolor y discriminación por parte del Estado y la sociedad de Chile, conducen la instancia política de mayor legitimidad en el país (la Convención) y el segundo cargo en importancia en nuestro ordenamiento constitucional (el Senado).
Este hecho de enorme significación política y simbólica, ha tratado de ser minimizado por los medios de comunicación del establishment. La mayoría de sus editoriales y columnistas han folclorizado y banalizado este tipo de conducción. Ambas no han estado exenta de provocaciones y juicios discriminativos por miembros de nuestras elites. A Elisa le exigen, incluso, un conocimiento especializado, y se olvidan que hay parlamentarios del oficialismo que tienen apenas 4°Medio, cuando ella es académica, “Doctora “en Lingüística.
No será una tarea fácil. Nadie ha dicho lo contrario. Se amplifican algunos errores (connotados miembros de la elite empresarial se refieren como” la borrachera “constitucional) y sobre todo los no forzados, como ha sucedido con el Convencional Constituyente Rodrigo Rojas Vade y sus mentiras acerca de su situación de salud. Eso lo sabe Elisa, y por eso ha actuado con tanta calma y cautela.
Por lo mismo, no ha sido fácil para ella su irrupción en la escena política. Desde su mismo pueblo mapuche, hay voces (importantes voces) que no creen en este estilo de liderazgo basado en el dialogo. Aparecen críticas a quienes ocupan escaños reservados para los pueblos indígenas ya que son tratados como agentes sometidos al “pacto colonial” de dominación del Estado chileno. Para algunos, el verdadero militante indígena es el “weichafe” (guerrero), quien une las condiciones políticas, morales y culturales de lo que se conoce como el “verdadero militante” de la causa mapuche.
Entonces, la Presidenta de la Convención Constitucional, no solo tiene que escuchar, leer o ver, las diversas manifestaciones de la discriminación de parte de un sector de la sociedad hacia ella, sino que además recibir el fuego “amigo” de representantes de organizaciones indígenas que han optado por los códigos, símbolos y contenidos de guerra.
Lo relevante al respecto, en todo caso, es que se instalan, con estas dos mujeres indígenas, nuevos códigos de relaciones, nuevas formas de entender al otro. Nuevos gestos y nuevas semánticas. En efecto, este nuevo cuerpo de gestos y símbolos comunicacionales, no se estructuran o forman desde la competencia; o desde el individualismo, ni tampoco desde el egoísmo, características todas del actual modelo de desarrollo. Tampoco estos nuevos códigos, encuentran su origen en semánticas de guerra, en liderazgos narcisistas y ególatras propios de nuestra tradición política, también patriarcal.
El liderazgo de Elisa y de Yasna, encuentra sus fuentes en la cooperación, en la armonía, en la fraternidad, en el respeto y legitimidad del otro. Parafraseando a Humberto Maturana, en la “Matrística”, más que en el Patriarcado. El tema no es menor, ya que, como hemos dicho, nuestra cultura política encuentra sus bases justamente en el vencer al otro, en la jerarquía y la obediencia; en la dominación y en el control. Por lo mismo, es tan relevante este otro liderazgo, femenino que rompe con la lógica de la exclusión y del discurso bélico.
Recientemente la presidenta de la Convención Constitucional, ha sido reconocida por la revista Time, como una de las 100 figuras más relevantes del 2021. Este reconocimiento se debe justamente a la relevancia del discurso político, con todo su simbolismo, con toda la diversidad, con todo el mestizaje a cuestas v/s este discurso bélico, que una vez que se impone, no deja espacio para la conversación, para el dialogo, y solo importa vencer al otro.
Ellas saben que muchos ojos están encima, tanto de la Convención, en el caso de Elisa, como de la campaña Presidencial, en el caso de Yasna. Ambas saben que tienen que avanzar con cautela por terrenos pedregosos, prácticamente minados, para quienes hablan de la reciprocidad, de la colaboración, de un “nosotros” por sobre un “yo”. Sobre todo Yasna, que viene del “derrumbe” de los partidos políticos, sabe que en su propio partido el “fuego amigo” se esconde tras bastidores. Sabe también que a la elite de nuestro país, no se les aprieta el corazón como al Padre Hurtado, preguntaba en el siglo pasado, cuánto valía a las costureras hacer un ojal!! …..Yasna sabe eso, pues ella viene de ese mismo mundo, esa es su ventaja, a ella no le tienen que “contar como es que vive la gente en Chile”. Por su parte Elisa, que no viene del mundo político partidista, que viene desde la academia, sabe también de “pelearle” a la vida, de torcerle la mano a un destino casi preconcebido de sinsabores, recelos y discriminaciones.
Por lo mismo, ellas siempre van a privilegiar la comunidad, por sobre el individuo. Saben que hay poderosos intereses que están actuando para que fracase la convención, para mantener el poder, los privilegios y finalmente el actual orden social neoliberal. Por otro lado, saben también que la democracia se fortalece con los dispositivos de la democracia: participación, libertad de expresión respeto por el otro, respeto por el dialogo. Saben también que las posiciones del todo o nada, en aras de un principismo ideológico, terminan por dejar sin espacio a la democracia, a la conversación y resolución de conflictos; a los argumentos encontrados, al disenso incluso, para después llegar a acuerdos. Ellas saben que las posturas ultras, terminan fortaleciendo las posiciones más conservadoras (además que cuentan con todos los medios de comunicación para eso). Todo esto lo saben perfectamente Yasna y Elisa.
Estimadas Yasna y Elisa, ustedes representan no solo el rostro olvidado y discriminado de este territorio llamado Chile. Representan además, un universo de cosmovisiones que paulatinamente comienzan a reconocerse. Son las formas de comprender el mundo, el universo, de relacionarse con la tierra, nuestra única madre universal. Por eso la reciprocidad, tanto con mis hermanos y comunidad, como con la madre tierra, que nos da todo, y que nosotros tenemos que devolverle a ella a través de nuestro cuidado. Y ustedes representan también la belleza ancestral de nuestros pueblos; la belleza ancestral de nuestra “morenidad”, condenada también por siglos a la discriminación.
También nos recuerdan que el brazo indígena que nos hemos cortado, pensando que solo con el otro (el europeo) bastaba para vivir, no es más que una gran mentira. Es el pasado milenario el que viene a nuestro encuentro, es la historia no contada, que tiene 14 mil años en comparación con los 500 años de la conquista española. Vuestra sola presencia, en lo más alto de la institucionalidad del país, representa también al pueblo mestizo, aquel que nació sin derechos. Por esa razón le molesta a la elite ver a gente común y corriente en cargos de poder: “Que no son expertos (as), que no son constitucionalistas, que se requiere de gente preparada, que nada bueno va a salir de eso, etc., etc.”. Pero por sobre todo, les molesta ver mujeres indígenas liderando, en puestos de poder. Es la trampa que nos han hecho creer para renegarnos de nosotros mismos. Por eso estamos con ustedes.
[1]Es importante recordar que la Constitución de 1925, que nos rigió hasta 1973, fue redactada por 15 personas designadas por el Presidente Arturo Alessandri Palma, y que en lo fundamental, consagró un Estado social de Derecho. Por su parte, la constitución de 1980, es primeramente redactada por 9 personas, de la Comisión Ortuzar (llamada así por su presidente Enrique Ortuzar); posteriormente el texto es revisado por el Consejo de Defensa del Estado, compuesto por 8 personas entre civiles y militares. Este texto es entregado finalmente a la Junta de Gobierno, quien en un equipo formado por el Ministro del Interior (Sergio Fernández, la Ministra del Justicia Mónica Madariaga, más los auditores de las FFAA) someten a una última revisión el texto, que finalmente es el que se plebiscita el 11 de septiembre de 1980.