Oh I'm just counting

Elogio a la no violencia activa metodología para la justicia y paz social. Por Roberto Mayorga y Rodolfo Marcone

Foto: Abogado Roberto Mayorga
 
Vivimos tiempos de crisis que escalonada o simultáneamente se suceden en los más diversos ámbitos: sociales, económicos, políticos, culturales, ecológicos, de salubridad y que, de una u otra manera, han deteriorado ostensiblemente la convivencia entre las personas y entre éstas y la naturaleza.
Dicho deterioro ha sido motivo de preocupación de líderes de las más diversas ideologías o creencias, como recientemente lo expusiera el Papa Francisco en su Encíclica Fratelli Tutti[1] evocando la trascendencia de la amistad y paz cívica, o el Dalai Lama quien, apelando a una acción global para afrontar la debacle ecológica[2], afirma que vivimos una emergencia medioambiental sin precedentes como expresión de la confusión en el corazón de la gran mayoría de los miembros de la especie humana. Similar análisis realiza magistralmente el sabio popular chileno Gastón Soublette en su último libro denominado “Manifiesto”.
Una ola de inquietud remece al mundo entero. Los jóvenes se aglutinan en movimientos planetarios guiados por la adolescente Greta Thunberg, iniciadora de “Fridays for Future”, y en diferentes latitudes alrededor de la tierra crece el descontento hacia lo que se considera la deshumanización del modelo, a veces con expresiones violentas que empañan el sentir pacífico de las grandes mayorías.
Byung-Chul Han señala que en la ideología del paradigma neoliberal la cultura gira en torno a los precios, al dinero y las mercancías, incluyendo a los seres humanos, en que más que personas son tratados como productos transables, todo lo cual ha causado un clima de tensión, malestar y rebelión[3].

El gran desafío consiste en encauzar aquel clima, -mediante acciones no violentas-, hacia formas de vida más humanas, fraternas, justas y solidarias. Tremendo desafío si se considera lo explosivo de las tensiones, gatilladas por las crudas condiciones en que porcentajes elevados de la población han estado viviendo durante una pandemia que ha azotado al mundo entero con una dramática secuela de fallecimientos, quiebras, cesantía y pobreza. En efecto, el COVID 19 ha terminado por dejar al descubierto el colapso de las estructuras económicas tradicionales colocando en jaque un sistema economicista que la ciudadanía rechaza por medio de diferentes vías. El dilema es y será, qué estrategias emplear para reemplazar dicho sistema por uno más humano[4].

La tendencia más generalizada en las últimas décadas ha sido la política de los acuerdos que sabemos, desde los 90 a esta parte, se ha visto en parte frustrada pues, no obstante los avances han implicado la precarización y/o endeudamiento de grandes sectores ciudadanos que han quedado marginados de satisfacer sus más esenciales necesidades.

El anhelo del país -y del mundo entero- por revertir el modelo, ha chocado con candados constitucionales, trabas legales y una cerrada oposición de grupos elitistas que suelen frustrar la voluntad y acción de las mayorías.

Ante un eventual fracaso de las naturales vías democráticas para el cambio, esto es, el diálogo y los acuerdos, la disyuntiva consistirá en qué estrategia seguir: la violencia o la no violencia activa.

La Declaración Universal de Derechos Humanos prescribe en su preámbulo: “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”[5].

Al respecto, no obstante sus insuficiencias, imperfecciones y cerrojos, vivimos bajo un sistema democrático que, aunque imperfecto, objetivamente no corresponde a una tiranía que haya de ser enfrentada por la vía violenta.

Pero, por otra parte es también un hecho, como se expresó, que la antes mencionada política de los acuerdos ha servido para, con ciertos avances y a costa de endeudamientos incontrolables, mantener un sistema en que un porcentaje significativo de la población ha quedado al margen de satisfacer sus más esenciales necesidades.  Y no sólo hablamos de las necesidades materiales, también vemos un vacío espiritual, que circunda todas las esferas sociales, agudizado por la grave crisis ética que ha deteriorado a la sociedad horadando baluartes tradicionales como las Iglesias y partidos políticos.

Gastón Soublette atribuye esta descomposición al denominado “homo economicus”, en el cual predomina la codicia por sobre la fraternidad, el individualismo por sobre la cooperación y el egoísmo e indolencia por sobre la generosidad[6].

 II.  La no violencia activa. Implicancias

Nos referiremos a continuación a la estrategia denominada “No Violencia Activa”, que implica acciones concretas ante regímenes dictatoriales, sistemas democráticos o semi democráticos en los que minorías gobernantes o grupos elitistas resguardan sus privilegios colocando cerrojos que impiden democráticamente a las mayorías atender los requerimientos esenciales de la población.

Jean Marie Mueller, en su obra “La no violencia como filosofía y estrategia” señala: “Los movimientos de resistencia No violenta sufren la represión de los poderes establecidos pero, contra lo que pueda pensarse, están mejor armados que los movimientos violentos para hacerles frente. Si utilizamos la violencia provocaremos en la opinión pública un debate sobre nuestra violencia y no sobre la justicia de nuestras posiciones. Los medios de comunicación no hablarán de las motivaciones que han inspirado nuestras acciones sino de los métodos violentos que utilizamos. Para la opinión pública seremos meros violentistas; y no solamente nos rechazará sino que exigirá se nos penalice”[7]. El poder tendrá así el placer de utilizar todos los medios de represión de que disponga en contra nuestra; ofreceremos a nuestros detractores los argumentos que necesita para justificar su violencia. Manteniéndonos en los métodos de la acción No violenta nos negamos a facilitar la labor al oponente. Efectuamos un cambio de roles: si utilizamos la violencia nos acorralamos en una posición defensiva, porque debemos justificarnos ante la opinión pública que nos acusa; si utilizamos la No violencia acorralamos al adversario puesto que es a él a quien le toca justificar su violencia ante la opinión pública. Por lo tanto, la represión ejercida contra una acción No violenta se queda sin justificación; desacredita y deslegitima a la otra parte y valida nuestras acciones.

Es inútil empeñarse en una prueba de fuerza en el terreno del enfrentamiento violento. La capacidad de violencia del opresor siempre será muchísimo más poderosa que la capacidad de violencia del oprimido. Saul Alinsky (“Tratado para Radicales”), lo grafica con el siguiente ejemplo: “políticamente es una insensatez decir que la fuerza está en la punta del fusil, cuando son nuestros adversarios quienes poseen todos los fusiles”[8]]. Fueron precisamente las flores las que derrotaron los fusiles en la revolución de los claveles en el abril portugués de 1974 y en la caída del dictador filipino Marcos en 1986; en la estrategia de Nelson Mandela, de Mahatma Gandhi, Martin Luther King, o en el estrepitoso derrumbe del Muro de Berlín por citar unos de tantos ejemplos; incluso en el triunfo del no en el plebiscito del 88 en Chile.

La mejor estrategia para lograr un cambio político y social es la vía de la no violencia activa, como lo afirma en un interesante estudio la Dra. Erica Chenoweth, señalando que basta que un 3,5% de la población se una a un movimiento no violento, para triunfar. La efectividad del activismo político pacifista duplica al que propugna la violencia[9].

La No violencia no es sinónimo de pasividad, de complicidad o conformismo, por el contrario es fundamentalmente activa, dinámica y valerosa. Conlleva consigo un programa constructivo de acción, un pensamiento de vanguardia, un concepto renovado de la persona y del mundo.

 III.  Metodología de la no violencia activa

Otto Boye, gran pensador chileno, hombre de profunda paz y convicciones humanistas, lamentablemente fallecido, en su notable obra “No Violencia Activa”, describe las metodologías de esta vía, que reproduciremos a continuación.

Distingue dos etapas: Preparación y Acción.

A)  PREPARACIÓN.  Puede dividirse en dos partes que en la práctica se dan con bastante simultaneidad.

A.1.     Análisis del conflicto. Se trata de conocer lo mejor posible la realidad sobre la cual se va a actuar. En particular, se debe identificar, con claridad fuera de toda duda, la injusticia que se desea eliminar. Más aún, como lo expresa Jean Goss[10], (citado por Otto Boye), es preciso descubrir el plan que está en la base de la injusticia e identificar las causas que generan esa injusticia, dándole un sentido político a la acción, que trasciende a la contienda específica que se va a dar y que se comienza a preparar.

   Todos los pensadores no-violentos insisten en la necesidad de ser muy cuidadosos en el análisis de la parte contraria. Si se quiere superar al adversario, el no-violento debe empezar por ser dialogante con aquel a quien va a enfrentar para que abandone su posición o su actitud considerada injusta. Esto significa la necesidad de hacer un balance cuidadoso de la acción cuestionada, para tratar de descubrir aquello que eventualmente pudiera ser aceptable o rescatable para la justicia. Quizás debemos recordar acá lo que decía el gran pedagogo Paulo Freire, que en toda acción humana se encuentra el pensamiento, el lenguaje y la realidad, y allí en esta relación el otro aparece, por ello el diálogo fue lo esencial para este pedagogo[11], y por eso para los movimientos pacifistas debe ser la piedra angular de su acción. Dialogar para vencer, sería la premisa.

A.2.    Formación de grupos o comunidades de base. Este elemento, que es importante en cualquiera circunstancia, adquiere un relieve particular cuando el adversario a enfrentar disponga de medios abrumadores de represión, como en el caso de dictaduras, autoritarismos o gobiernos manejados por elites. No obstante, para estos regímenes tener el control sobre multitud de grupos o comunidades de base es difícil y eliminarnos, prácticamente imposible.

El citado Jean Goss[12]] distingue tres aspectos en la organización de grupos:

Primero. La preparación interior. El "alma no-violenta" no surge de la nada, hay que forjarla. Señala que la firme convicción interior del grupo es decisiva para su fuerza y eficacia; a lo largo de todo el proceso. Las fuerzas espirituales han de ser constantemente retroalimentadas.

Al respecto, como ejemplo concreto de experiencias en pro de la paz social, nos permitimos citar el proyecto filipino dirigido a fortalecer la voluntad y actitud humana y hacer el bien, que se describe en el libro digital “Calidad Humana. Sharing the Fiipino Spirit”[13].

Segundo. La preparación exterior. Es el aprendizaje de la actitud no-violenta en su forma de expresarse una vez comenzadas las acciones. Es el entrenamiento en el autocontrol para enfrentar situaciones como la descalificación, la provocación, la violencia. Este ejercicio indica Goss se hace de distintas maneras: por ejemplo, sirviéndose de las experiencias de otros movimientos no-violentos o de ejemplos históricos, reflexionando sobre los problemas que entonces estaban en juego, evaluando el ejercicio de la actitud no-violenta en el seno del propio grupo, que se convierte en un excelente campo de entrenamiento, en fin, en su aplicabilidad en la vida diaria y personal.

Tercero. Las tareas concretas. Se refiere al momento en que se hace la elección de los métodos específicos que se van a aplicar en el conflicto en el cual se va a actuar. Se trata de elaborar "la estrategia de la acción".

 B.   ACCIÓN. Corresponde a la etapa en la cual se aplican los métodos no-violentos.

La secuencia recomendada por Goss es la siguiente:

B.1. El Diálogo, que constituye la viga maestra de la acción no-violenta. Se funda en el principio fundamental de la no-violencia: la fe en la persona y en su capacidad de apertura a la justicia y a la verdad. Abandonar el diálogo es un triunfo de la vía violenta.

Goss distingue cuatro etapas en la forma de llevar a cabo el diálogo:

Primera. Descubrir la verdad del adversario (respecto de su persona y de sus valores). El adversario también tiene aspectos positivos, que debemos reconocer y apreciar. Es una forma de romper el muro de los prejuicios a fin de crear una base o punto de partida para el intercambio de opiniones.

Segunda. Señalar la responsabilidad del adversario en el conflicto. Se procura impactar su conciencia a fin de presionarlo y estimularlo a reconocer su culpa en la injusticia.

Tercera. Presentación y descripción de la injusticia. No se trata en absoluto de denigrar, destruir o eliminar a la persona o grupo adversario mediante acciones destructivas, sino de aclarar de forma inequívoca el estado de los hechos, la violación de los derechos invitando a la solución común del conflicto.

Cuarta. Aportación de proposiciones constructivas para la solución del conflicto. No es el adversario el que desde su perspectiva deba aportar proposiciones de solución, sino la víctima, a partir de la experiencia concreta de la injusticia, proponiéndolas para la discusión.

Goss concluye: "El diálogo debe ser llevado a cabo con perseverancia y, tras los sucesivos rompimientos, ser siempre reemprendido. En caso de rompimiento definitivo, es preciso emplear acciones más determinantes.”

Lo anterior es practicable en países con democracias o, por lo menos, con reglas de juego relativamente objetivas. Ciertamente en algunas partes será muy difícil, cuando no imposible, cumplir con el diálogo. No obstante, hay que retener su finalidad táctica, que es importante dentro de la No violencia: se trata siempre de desarmar al adversario, de no regalarle argumentos. Rechazar la posibilidad de solucionar el problema por la vía del diálogo puede ser el camino preciso para perder desde la partida todo prestigio y credibilidad, sembrando dudas respecto del objetivo real de encontrar la salida menos conflictiva posible. En una contienda donde la víctima de una injusticia es en gran medida la parte menos fuerte, no cabe seguir un sendero que la debilite, como sucedería si rechaza intentar el diálogo. En cambio, hecho el esfuerzo lealmente, es el adversario el que pierde prestigio y si cierra todas las puertas, el no-violento puede dar el paso siguiente y pasar a emplear instancias más poderosas.

 B.2. La Acción Directa. Como señala Otto Boye en su citada obra, es la transposición del diálogo privado a la esfera de lo público.

El objetivo de esta etapa consiste en transformar la acción no-violenta en una fuerza social. Se trata de ampliar la base de apoyo, apelando a la comunidad. Las formas concretas variarán según el contexto en que se realicen. Dentro de una dictadura o un sistema semi democrático no se podrá contar con un acceso importante a los medios de comunicación de masas como la radio, la televisión, pero en cambio sí a las redes sociales. Goss insiste que al llevarse ahora la lucha en forma pública su carácter no-violento debe quedar claramente de manifiesto y sin equívocos. Ello presupone la preparación espiritual y práctica antes mencionada, que posibilita avanzar hacia etapas más eficaces.

 B.3. Desobediencia Civil y No-Cooperación. Son las armas más poderosas de la acción no-violenta. Es la etapa del conflicto abierto y de la fortaleza propia de los no-violentos.

Goss entiende por desobediencia civil el rechazo colectivo del sometimiento a leyes y órdenes injustas e ilegítimas, asumiendo las consecuencias de esta actitud. Se trata en la práctica de una no-cooperación pues se niega la colaboración colectiva con un sistema o un régimen injusto, para quitarle la posibilidad de continuar imperando.

Las acciones a emplear varían incluyéndose la huelga local, la ocupación, el ayuno, la huelga general, la no cancelación de impuestos o tarifas de servicios de primera necesidad, el trabajo de brazos cruzados, las movilizaciones pacíficas, las cadenas masivas por las redes y las más variadas e inimaginables formas de no-cooperación.

Para Goss estas acciones, -como señala-, pueden paralizar un sistema injusto mediante un rechazo masivo a colaborar sin destruir vidas humanas ni medios de convivencia. El funcionamiento del régimen injusto se hace imposible por el rechazo de la mayoría de la población de continuar prestando su colaboración.

 B.4. El Programa Constructivo. Del proceso anterior surgen dos tareas que se van realizando dinámicamente.

La primera la proporciona el proceso por sí mismo, pues en su espíritu y en su estilo se empieza a anticipar o a anunciar casi proféticamente la alternativa, justa y fraterna, que se propone. Hay aquí todo un contenido programático.

La segunda tarea requiere un esfuerzo especial y sistemático, paulatino y sostenido, para configurar el programa global a ofrecer en el momento en que la situación haya madurado y sea necesario asumir la responsabilidad de reemplazar el sistema o régimen que oprime al conjunto de la sociedad.

 IV. Conclusiones 

Como señala Otto Boye, la ley justa debe ser obedecida, pero no la injusta. La desobediencia civil es, pues, el no acatamiento de la ley injusta con la meta de hacerla ineficaz y obligar a los responsables a reemplazarla por una ley justa. De aquí nacen algunas reflexiones tendientes a poner en claro algunos conceptos involucrados:

1. Ley y Justicia no son siempre lo mismo. Pueden coincidir o no. Desde que existen leyes injustas esta diferenciación no admite dudas.

2. Legalidad y legitimidad tampoco son siempre lo mismo. En efecto, la "legalidad" es la ley existente, vigente, positiva, sea injusta o no. La "legitimidad", en cambio, es la ley justa, o sea, aquella que merece y, por lo tanto, debe ser obedecida.

3. La desobediencia civil es un derecho y un deber. Es un derecho humano: nadie está obligado a aceptar una injusticia, aunque ella esté inserta en una ley. No existe autoridad o poder terrenal que pueda arrebatarle al ser humano este derecho. Es también un deber que obliga en conciencia, puesto que cada uno tiene la responsabilidad social de contribuir al bien común; y una ley injusta, por definición, atenta contra él. Existe el deber social de desobedecerla hasta lograr su desaparición.

4. La obediencia de la ley injusta es la que consuma la injusticia. La ley injusta, mientras no se aplica permanece en el papel. Es su acatamiento la que transforma la injusticia en una realidad viva. Las tiranías y los autoritarismos existen y viven porque son obedecidos.

5. La desobediencia civil no persigue el caos o la anarquía. No es el principio mismo de la ley lo que se combate, sino sólo su desviación, cuando es puesta al servicio de la injusticia. La ley tiene un rol vital que cumplir en la sociedad, consistente en organizarla de manera que la justicia esté presente y sea efectiva en todas las relaciones humanas.

6. La paralización de un sistema injusto mediante la desobediencia civil persigue la puesta en marcha de un sistema justo. Así pues, cuando se afirma que mediante actos de desobediencia civil hay que llegar a hacer ingobernable el país, no se está sosteniendo, como es lógico, que se vaya a impedir su gobernabilidad en forma absoluta, arrastrándolo al caos o a la anarquía. Se trata sólo de poner fin a la injusticia, haciendo imposible por la desobediencia civil generalizada su existencia.

7. El precio a pagar por ejercer la desobediencia civil puede ser grande, pero es muy difícil que sea mayor al que se pagaría a través de una vía violenta porque entonces el poder no tendrá ninguna inhibición para desatar su violencia. El régimen de opresión se aferra siempre al poder y posee la fuerza, hay que forzarlo mediante la presión que emana de la desobediencia civil. Esto implica correr riesgos y aceptar pagar precios que pueden ser altos, pues la represión será ejercida hasta donde le sea posible.

En resumen los métodos no violentos pueden y deben, con un manejo táctico flexible y hábil, inhibir al máximo la violencia que exista en la sociedad. Porque quizás la única forma de construir una democracia sustentable o eco- democracia es a base de la no violencia activa, donde el valor del otro adquiere real importancia]. Porque no sólo el otro es objeto de la violencia, también existe la violencia contra nuestra matriz vital, el ecosistema, que se encuentra íntimamente ligado a la forma de concebir nuestras relaciones humanas, por tanto el desafío de la no violencia es el desafío de nuestra supervivencia como especie políticamente concertada para sobrevivir, y quizás la posibilidad del nacimiento de una gradual eco-democracia que se cimente y consolide en la justicia y la paz social[14].