Con el lanzamiento al espacio de nuestro cuarto satélite en nuestra historia como Nación, el FASat-Delta, el pasado 12 de junio en la base Vandenberg de la Fuerza Espacial de Estados Unidos en California, mediante el cohete Falcon 9 de la empresa SpaceX, Chile ha dado un nuevo paso en la carrera espacial a escala latinoamericana; sabiendo todos, observadores y expertos del área, nacionales y extranjeros, que lo acontecido ese día fue sólo un paso más de nuestro renovado Programa Espacial Nacional (PEN), el que es sumamente ambicioso, ya que es mucho más que un lanzamiento a órbita baja de un satélite de nueva generación, por lo que reúne todas las capacidades para consolidar un liderazgo país de primer orden en esta parte el mundo.
Efectivamente, la FACH pionera en esta área y a quien debemos, principalmente, nuestros logros en la conquista del espacio ultra terrestre, ha planteado un desafío país de envergadura mayor y de aún escaso conocimiento público, desafío que implica la apuesta por un PEN 2.0 con un 80% de componente civil y tan sólo un 20% de defensa, con marcada vocación de descentralización y apuesta por las regiones, con propuestas de institucionalidad de primer nivel y de cooperación internacional de liderazgo país y, sobre todo, de creación de ecosistemas desde la escolaridad y de modelos de desarrollo e investigación científica y tecnológica de triple hélice que generarán emprendimientos, descubrimiento de talentos tempranos, apalancamiento de capitales y nuevas oportunidades de generación de riqueza y saltos de conocimiento mayores para el país.
No obstante ello, nuestras propias autoridades se siguen debatiendo sobre la verdadera conveniencia y retorno país de lo que se está haciendo, y muchas miran aún con recelo lo que desde un área como la defensa se realiza en materia espacial y satelital. A tal punto ello que, incluso, se percibe en algunas un intento ilógico de distinción entre el “espacio para el sector civil” y “lo satelital para el sector defensa”.
Tamaña confusión nos puede llevar a tropezar y cometer errores no forzados en una carrera que de no asumirse plenamente postergará definitivamente a Chile al subdesarrollo como nación, pues le guste o no al color político que sea, el new space ha llegado para quedarse, es la oportunidad para todos los países e, incluso, regiones, de apostar por una nueva economía de miles de millones de dólares y, por tanto, de generar puestos de trabajo y conocimiento a ellos asociados que, por su mayor especialización, generan mayores aportaciones a la economía doméstica y habilitan mejores oportunidades y calidad de vida para miles de familias.
Dicho sea de paso, pues nobleza obliga, escapa a ello y se le ve respaldando con total convicción el nuevo Programa Espacial, la Ministra de Defensa Nacional, Maya Fernández, quien ha captado con rapidez los beneficios país que dicho Programa conlleva, y por lo mismo acciona con claridad para su concreción.
Pues bien, el principal desafío que genera el acelerado desarrollo espacial mundial no es si un país evalúa y/o decide apostar o no por ese sector, sino si está consciente que si no se sube ya a la carrera espacial, decididamente y con convicción y fuerza, por tanto, pasará a ser simplemente parte del inventario de naciones que al situarse en el lado más negativo de la nueva brecha de la ciencia y del conocimiento de la humanidad, postergará a sus ciudadanos a la más absoluta irrelevancia en el progreso de los pueblos. No por nada Thrusters Unlimited, la primera empresa mexicana con satélites comerciales en órbita, y que busca detonar la industria del espacio en México lo hace con un mensaje claro: “es ahora o el país quedará como espectador del boom de la economía del espacio”.
La FACH lo anterior parece tenerlo clarito. El punto es que el resto de las instituciones y sus autoridades, también, lo tengan clarito, pues unido a las infinitas riquezas y oportunidades que el espacio nos depara, debemos ver en el, además, la que, tal vez, sea la última oportunidad de constituir una verdadera comunidad de naciones latinoamericanas, donde el esfuerzo mancomunado, los importantes recursos que deben invertirse y las posibilidades de especialización y aportación para todos, dada la envergadura de los desafíos, son por lejos elementos únicos que generan una gran oportunidad para trabajar verdaderamente juntos como nunca lo hemos logrado hacer.
Y esto, también la FACH lo tiene muy claro, por lo que ha instado a avanzar en el reforzamiento institucional que hace ya años hemos, también, públicamente planteado en cuanto a la imperiosa necesidad de contar con una Agencia Espacial Nacional que permita construir una estrategia espacial de envergadura aún mayor para Chile de la que hoy tenemos, y que con la participación de todos los actores públicos y privados del país es esencial para enlazarnos, en mejor forma, con el resto de las naciones que han asumido el desafío espacial, fórmula probada en el amplio escenario de la cooperación espacial internacional y que acentuaría las posibilidades de integración latinoamericanas en materia de espacio.
Así, y mientras arriba de nosotros el FASat-Delta está en su etapa de pruebas y puesta a punto para su pronta plena operación, aquí abajo en nuestro país, aún no percibimos los vertiginosos cambios que la carrera espacial genera en todo el orbe. Conceptos como aplicaciones de geointeligencia, integradores espaciales, ecosistemas espaciales, programas espaciales escolares, robótica lunar, minería en el espacio, infraestructura de comunicaciones cuántica, observación de la tierra para el mercado de los seguros, estudios de biomasa forestal desde el espacio, ya comunes en muchas latitudes, son todavía lejanos para nuestros maestros y estudiantes y ni siquiera cercanos para la mayoría de nuestras principales autoridades y líderes.
Mientras en el propio entorno latinoamericano las agencias espaciales proliferan, en Chile apenas contamos, como institucionalidad sin consolidar, con un Consejo de Política Espacial, donde algunos de sus integrantes no entienden en plenitud el rol que deben jugar y por qué deben distraer horas preciadas de su agenda a este tipo de esfuerzos nacionales.
Mientras el desarrollo satelital mundial se ha consolidado con fuerza con más de 8000 engendros de todo tipo en distintas órbitas (en el 2010 eran cerca de 1000), proyectando en los próximos años contar con 30 mil satélites de distintas capacidades y funciones, nuestro querido país, a 30 años del inicio de su carrera espacial, recién hoy cuenta sólo con dos de ellos, el viejo y noble FASat-Charlie y el recién lanzado y debutante y promisorio FASat-Delta, esto es, tan sólo el 0,025% de los satelitales artificiales de hoy.
Mientras muchos países han comenzado a tomar posiciones respecto de su legitimidad y derecho para explotar los minerales que como el Helio 3 (isópoto no radioactivo, liviano, capaz de mucha energía y sustituto ideal del peligroso Uranio) están presentes en el territorio lunar, Chile y Latinoamerica aún se muestran incapaces de trabajar mancomunadamente e inconscientes de los costos irreversibles que, para el desarrollo de la región, tendrá el dejar pasar esta oportunidad esencial para el aceleramiento del conocimiento de la humanidad y el establecimiento de los cimientos de una aún mayor evolución como cultura terrestre.
Mientras en España, por ejemplo, en febrero de este año se anunció la creación de una Agencia Espacial, parte del Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) Aeroespacial, alianza público privada que prevé movilizar más de 4.500 millones de euros hasta 2025 para impulsar la ciencia y la innovación en el ámbito aeroespacial (unos 2.193 millones, públicos, y una inversión privada de cerca de 2.340 millones), y con estimaciones de poder generar en 10 años un incremento del PIB de 31.736 millones de euros y más de 14.000 puestos de trabajo de alta cualificación; aquí en Chile aún nos debatimos sobre los objetivos de una nueva reforma tributaria, aún sin superar el último desastre de la naturaleza de nefastos impactos económicos y pérdidas de vidas, de muchos más que vendrán, sin percibir lo que los satélites y el espacio aportan en aquéllos y otros muchos campos más.
Queridos lectores y seguidores: la transformación de la industria del espacio es ya una verdadera nueva revolución socioeconómica que a pesar de sus grandes ventajas y oportunidades, va a generar, también, insuperables brechas entre los que tienen tecnología y los que no. Si algo es evidente es que hoy y no mañana tenemos que definir en qué lugar de la brecha y, en consecuencia, de la historia próxima de la humanidad queremos estar de aquí a 10 años. El más preciado bien, el tiempo, claramente se nos acaba.