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Entorno político y principales tensiones: cambio, estabilidad, orden y desorden. Por Oscar Osorio, Sociólogo

Interesa realizar un breve análisis acerca de los componentes del “estallido social”, particularmente al hecho de otorgarle cierta legitimidad a la violencia política de facto y a la semántica del cambio, en virtud que el objetivo de fondo era reemplazar el “viejo orden” constitucional pinochetista, ilegitimo, elitista y generador de las máximas desigualdades sociales y abusos de la elite fundacional de nuestro Estado. La hipótesis que acompañaba a este propósito es que una parte importante de la (también) elite opositora y el activo político, (de ese entonces, hoy Gobierno) habría estado dispuesta a perder, de manera momentánea, algo del estado de derecho del sistema democrático, para lograr el anhelado “nuevo orden social”.


Algunos comentarios y notas al respecto:
El orden y la conformación de nuestro Estado: el “peso de la noche”

Desde los albores de la república ha estado presente el continuo o binomio orden/desorden. No obstante, específicamente el “peso de la noche” se instaura a partir del término de periodo de desorden generado por las guerras civiles post independencia y que termina con la constitución de 1833, en donde Portales barre con toda oposición al proceso de entregarle a la elite estanquera y terrateniente, la marcha, destino e incluso, la propiedad del Estado.

En este proceso, quedan afuera primeramente los pueblos originarios (o indígenas), los campesinos e inquilinos, las mujeres y fundamentalmente quienes no sabían leer ni escribir, es decir entre el 80% y 90% de la población. No se trata de analizar con paradigmas actuales procesos que son parte de su contexto histórico. Es sólo con un ánimo descriptivo, para constatar el peso de la elite en la conformación del Estado.

Es cierto, también, que hay diversos episodios de cierta anarquía, desorden, y desenfreno como por ejemplo lo dice en sus memorias José Francisco Vergara, quien también posibilitó la guerra con Perú y Bolivia fue el alto nivel de conflicto interno y escasa cohesión que, de no hacerlo, hubiésemos terminados en medio de una guerra civil de proporciones. Tan efectivo era aquello que finalmente la guerra civil apenas se retarda un par de años en medio del gobierno de Balmaceda. Finalmente, el “orden” y el peso de la noche, se imponen y el país transita hacia el sistema parlamentario, cuyo principal propósito era la apropiación (por la elite que lo apoya) de manera más clara, de los excedentes del salitre y pasar a vivir de un “modo de ser aristócrata”.

También es cierto que se suceden diversos episodios anárquicos y de desorden, a principios del siglo XX, a propósito de la pobreza, la insalubridad de los barrios populares, de las revueltas del salitre, particularmente la masacre de la Escuela Santa María de Iquique, pero finalmente el “peso de la noche”, es decir, los códigos políticos del orden y la estabilidad se imponen. La elite, usa sus dispositivos constitucionales y el uso de la fuerza para terminar con todo atisbo de desenfreno y revuelta. No obstante, lo anterior, la pobreza generalizada, cierta influencia de una clase media incipiente, asociada a la estructura del Estado, más la presencia creciente en la opinión pública, de partidos políticos de raigambre “proletaria” y de una parte relevante de la Iglesia Católica, que al amparo de las “encíclicas papales” alza su voz para denunciar este estado de cosas, permite que se comience a hablar en el país, al menos en el entorno político de la época, de una “cuestión social”, que desemboca finalmente en la constitución del 1925.

El país comienza a avanzar, paulatina y sostenidamente hacia mayores niveles de desarrollo, particularmente con la industrialización y sustitución de importaciones. No obstante, quedaba afuera un importante sector de la sociedad.

En efecto, el orden social agrario, heredero de las encomiendas y de los “patricios” coloniales; de las estancias ganaderas y las haciendas cerealeras, recién se rompe en 1965, con la ley de Reforma Agraria (16.625), que termina con dos siglos y medio de predominio de este sistema social. Y comienza, es cierto, una mayor presión de las clases medias y obreras, a las que se les une ahora el mundo campesino marginado históricamente, hacia el Estado con el objeto de obtener mayores beneficios y derechos. El país parecía transitar sostenidamente hacia mayores niveles de igualdad, enfrentando y realizando decididamente reformas que permitirían derrotar la pobreza estructural.


El momento fundacional del golpe cívico-militar: 04 de septiembre de 1970


En las elecciones presidenciales del 04 de septiembre de 1970, 2/3 del electorado, votan por una mayor profundización del sistema democrático. En efecto, los programas de Tomic y Allende son bastante similares. Sin embargo, a poco andar, de nuevo la anarquía, el desorden y el conflicto social, entre quienes “deseaban acelerar los cambios” y transitar ¡ya! hacia el Socialismo y entre quienes estaban más reformar y profundizar la democracia representativa. De esta manera, la Democracia Cristiana, conducida por Osvaldo Olguín y Renán Fuentealba hasta el año 1972, ofrecen una suerte de colaboración al Gobierno. El gobierno consulta a sus partidos y la colaboración se niega rotundamente, ya que de aceptarse (se dice) significaría volver al reformismo. Y paulatinamente uno de esos tercios, producto que la experiencia de la UP ya no va en la dirección de un cambio en el sistema, sino que, de un cambio de sistema, comienza a inclinarse por la lógica del orden.

De esta manera, el año 73, cuando otra conducción de la DC, más temerosa del cambio y más apegada al orden y al “anticomunismo”, asume la dirección del partido, el dialogo es imposible. Y siempre dos tercios, son más que un tercio. De esta manera, el desenfreno, el desorden y el dialogo roto hacen de las suyas. Y junto a los estertores de la guerra fría, se desencadena la tragedia de los 17 años de dictadura cívico-militar

El Plebiscito del 88 y las elecciones del 89

Habida cuenta del fracaso de la movilización social (tesis de un sector de la DC, encabezada por Gabriel Valdés), que buscaba la renuncia del dictador y del régimen y que finalmente no se consigue, más el fracaso también de la tesis del PC, de la Sublevación Nacional, (con el absurdo “de la internación de armas vía carrizal bajo” y el posterior fallido atentado a Pinochet), se comenzó a transitar por el cronograma de democracia protegida ideada por Jaime Guzmán. Primero el plebiscito, luego la elección y el posterior “equilibrio” parlamentario obligado. Es decir, el costo de hacer una transición política, v/s la salida armada. No me referiré al horror de los 17 años de dictadura, todo está dicho. Aunque sí diré que la experiencia neoliberal, comenzada en Chile el año 1982, es decir, 8 años antes del Consenso de Washington, se perpetúa con su carga de individualismo, egoísmo y por dejar solo al mercado que se haga cargo de los problemas sociales e individuales.

La única crítica que se hace a esta decisión del régimen, desde el sector conservador y de una “derecha ilustrada”, la hace el historiador Mario Góngora a través de un texto que sale a la luz el año 1981, en dónde presenta su hipótesis respecto que, en el país, primero se construye el Estado y luego la sociedad, para graficar la relevancia del Estado en nuestro modo de ser. Y que otorgarle, de manera mecánica, al mercado la responsabilidad de generar y entregar a la población los bienes y servicios necesarios para vivir, generaría en el mediano y largo plazo un desajuste de gran magnitud. Se refiere básicamente a los temas de salud, educación, seguridad social, etc. Está claro que Góngora, resultó ser más “preclaro”.


El cronograma de Jaime Guzmán. La transición

La transición, por lo tanto, se hizo con el dictador como comandante en jefe del Ejército. Es cierto que el país crece, como nunca antes en su historia y que el presidente Aylwin pide perdón por el horror. Pero no se pudo revisar el rol de los civiles en el golpe; la responsabilidad de las Fuerzas Armadas en el “trabajo sucio”, que fue el asesinato y desaparición de miles de chilenos; el descuartizamiento de las empresas estatales, ni menos las privatizaciones espurias de las mismas, ni tampoco terminar con los senadores designados, ni con el sistema binominal. Todo ese “sapo” y más, hubo que tragarse, para finalmente consignar que todo este episodio de “democracia protegida”, termina cuando la derecha lo estima conveniente. Es decir, hasta el año 2004 cuando a la Concertación le correspondería designar a “sus” senadores designados.

Al país le va bien, el modelo agroexportador es un motor que tira muy fuerte la economía, a propósito que el país se inserta con propiedad en los principales mercados del mundo. De acuerdo al prestigiado economista, Ricardo French Davis, Chile crece, entre 1990 y 2000 a un 7%. Y entre 1990 y 2005 a un 5%. Luego comienza la caída del crecimiento y la baja productividad. Esta situación genera un malestar ciudadano que percibe que la elite política no hace nada para cambiar este estado de ánimo, que se asocia a que los beneficios del modelo son solo para algunos y que, para la mayoría, “las sobras”. Lamentablemente, las elites dirigentes no le hacen caso a este malestar.

El mayor sapo de tragar: ver a Piñera en la Moneda

Habida cuenta de la hipótesis inicial, en el sentido que prácticamente no hay penas para perpetradores del golpe; que la transición se hace con las reglas de la derecha y particularmente con la concepción de una democracia protegida (el orden, de nuevo impuesto), la estupefacción (para el mundo de la Concertación e izquierda) que significa ver a Piñera (1) en la Moneda celebrando con los civiles que apoyaron al dictador Pinochet, es de marca mayor. Esta situación genera en la Concertación y en la izquierda, la convicción que toda la responsabilidad de la derrota “está afuera”, básicamente en la constitución del dictador, por lo que se hace fundamental cambiarla. Es decir, más que hacerse cargo de los problemas de rutinización de la Concertación y de la incapacidad para, a lo menos, intentar darle mayor densidad y profundización al sistema democrático, se prefiere buscar un chivo expiatorio externo y no hacer una necesaria y suficiente autocrítica al respecto.
Lo que sí hubo es que se “cruzó la frontera” de lo moralmente aceptable: financiamiento de la política (casos Penta y Soquimich) colonización de la sociedad y la política por parte de la economía, escasa capacidad y voluntad de la elite política (Senadores, diputados, Partidos Políticos, Gobierno, etc.) para permitir transparentar la institucionalidad económica que permitía la colusión y el cohecho. La guinda de la torta fue cuando desde el seno del gobierno de la Concertación algunos personajes pasan a ocupar cargos en aquellas empresas que son percibidas como las “banderas del abuso”: ISAPRES, AFP y el retail. En ese momento se perdió cierta superioridad moral que se tenía con la derecha (a propósito del horror de los 17 años de dictadura).

Finalmente, MEO el 2010 y Beatriz Sánchez el 2017, son solo consecuencia de lo anterior. Y el intento de salir “por la izquierda”, al estilo del partido español “Podemos”, no es más que una débil ilusión, que no hace sino, fortalecer la salida “por la derecha”, que significó Piñera 1 y 2
Bachelet 2 y la legitimidad de la constitución

Cuando Bachelet (2), se hace cargo del tema de la legitimidad constitucional, y realiza el ejercicio participativo para dotar de una nueva constitución al país, este proceso es boicoteada por la oposición (y parte también de su gobierno). Tanto así, que al inicio de Piñera 2, su ministro del interior, (conspicuo representante del Pinochetismo), Andrés Chadwick, dice “que el nuevo proceso constitucional” está de más y que hay que tirarlo a la basura. Luego, se desencadena todo: el estallido social y la pandemia. Y respecto del estallido, de nuevo el desorden, el desenfreno, la violencia desatada y la desmesura.

Es cierto que un sector de la entonces oposición (elementos de la hipótesis presentada) creyó ver que el estallido era una suerte de venganza ante el golpe de Estado del 73, la destrucción de la Moneda y por todos “los sapos tragados” de la transición. En virtud de lo anterior, más en términos simbólicos que reales, esperó (esa oposición) que el pueblo, conducido por alguna vanguardia, se tomara el palacio de invierno (La Moneda) o, a lo menos se generara algo parecido a la comuna parisina del 1871, donde por un breve periodo “se tomó el cielo por asalto”. Y si había que perder un poco de libertad y cierto estado de derecho, no era lo más relevante, el resultado final bien valía esa pérdida.
Boric, y la salida por “el centro político” y no por la izquierda

Si lo anterior no ocurrió, entre otros factores fue por “El Acuerdo por la paz social y una nueva constitución”, además, como decimos, de la emergencia de la pandemia del COVID 19. De esta manera, se instala y cristaliza el tema del cambio constitucional como la “viga maestra” sobre la cual se construirá, finalmente, las bases de una sociedad menos desigual, más cohesionada y sin abusos. Es en este contexto en que emerge la figura del presidente Boric, quien, si bien es cierto en la primera vuelta de la elección presidencial, (21 de noviembre de 2021) manejaba ciertos “códigos” políticos y comunicacionales de izquierda, meta concertación, e incluso con una fuerte retórica crítica hacia los 30 años anteriores, en una segunda vuelta (19 de diciembre de 2021) estos códigos se modifican y se asume una lógica de mayor dialogo y espacio para la conformación de un nuevo orden político, más que una lógica refundacional.

En el plebiscito de entrada, el “apruebo” para una nueva constitución arrasó: En efecto, un 78%, versus el 28% del rechazo. Este escenario, prefiguró prácticamente todo el primer semestre de la administración Boric en el sentido de esperar los resultados del plebiscito de salida y desde ahí, con una agenda de carácter (de nuevo) refundacional gobernar en propiedad al país. Sin embargo, los resultados de este plebiscito (04 de septiembre 2022) echaron por la borda la planificación del gobierno, que se vio obligado a enmendar abruptamente el timón y volver a mirar, ahora definitivamente, hacia el centro. Centro que como ya se ha evidenciado empíricamente, se corrió desde una equidistancia física entre dos extremos (izquierda y derecha) para trasladarse políticamente algunos grados hacia la izquierda.

El proceso de salida: antesala de un resultado “trabajado”: el rol de la Convención Constitucional y la estrategia de la derecha


Desde el día de su conformación, la Convención Constitucional estuvo absolutamente cargada hacía la lógica del conflicto, del desorden y del desborde del imaginario popular respecto al significado del trabajo político: las enfermedades inventadas, los disfraces, la falta de rigurosidad y formalidad, la victimización como estrategia de movilización, etc., etc.

Por aquí es necesario comenzar para explicarse la derrota inapelable: Un 62% por el rechazo y un 38% por el apruebo. Es cierto lo de impacto de las fake news; también es cierto la cantidad de plata invertida por los del rechazo; es cierto que los diferentes medios de comunicación, particularmente la TV construyeron contextos de “miedos” que fueron muy eficientes para la manipulación; que hubo desinformación y una inadecuada lectura del texto. Sin embargo, no podemos explicar la contundente votación del rechazo, solo a estas situaciones y variables.

En efecto, no se pueden desconocer, como enunciamos anteriormente, los errores de proceso y los énfasis refundacionales de una parte importante de los convencionales, que llevó a la desmesura de propuestas y solo pensando en los “colectivos”, identidades y minorías a los que se pertenecía. Es decir, ideologías y movimientos que no movían la aguja. No se pensó en el país. Y la principal batalla, la de construir un Estado Social de Derechos, se dejó para el final. Lo anterior, más las sensaciones de inseguridad, alza del costo de la vida, cierta falta de autoridad, hicieron el resto; es decir, derrota absoluta del “apruebo”


¿Dónde se jugó la verdadera batalla?


La batalla se jugó en el escenario y con las reglas del juego que la derecha hábilmente supo poner. Los planificadores y articuladores de la campaña del rechazo, van a situar y llevar la discusión hacia el plano cultural y al plano de las emociones, básicamente el miedo. Había que estar por sobre las derechas y las izquierdas. De lo que se trataba era situar la discusión constitucional en el plano de los valores y las emociones: por acá los que defienden las tradiciones (himno, bandera, bailes, deportes, imaginarios patrióticos), v/s los que están por la destrucción de las tradiciones, el orden e incluso, cual escenas de una antigua y famosa teleserie, en contra de la “moral y las buenas costumbres” (acto “cultural” de cierre de la campaña en Valparaíso). Y esa batalla cultural, también la perdió el apruebo.

Las responsabilidades son compartidas por todo el espectro del apruebo. Sin embargo, quienes estaban llamados a poner las cuotas de sensatez y de moderación en las propuestas; aquellos convencionales expertos constitucionalistas, (Atria, Bassa, Stingo) y algunos miembros de partidos oficialistas (no todos por supuesto) prefirieron pasar a la historia como aquellos que en los futuros libros de historia serían reconocidos como los que rompieron con las bases de sustento de la República oligárquica y elitista. Y hoy, apenas han quedado como rostros de un liderazgo narcisista y ególatra, representantes de una farra descomunal. Recién en las últimas semanas han aparecido algunos tibios relatos de autocrítica.

De esta manera, producto tanto de las desmesuras de la convención y del marcado énfasis “refundacional del país”, como también cierta defensa del modelo económico, quienes estaban detrás del rechazo, lograron atraer a su ruedo, amplificando la adhesión hacia el rechazo, a grupos que de manera tradicional se ubicaban en el espectro político de la centro izquierda. Esto generó, por supuesto, una gran confusión entre este electorado tradicional que veía como su antigua coalición se dividía. Por lo tanto, de manera paulatina, pero muy sostenida, los resultados de la votación se alejaban del tradicional clivaje izquierda-derecha. En síntesis, la campaña del rechazo copó espacios del apruebo y no al revés.


El rostro de los ganadores


Los rostros ganadores que aparecieron de manera profusa en los medios lo eran solo en apariencia (en imagen fugaz). A poco andar nos dimos cuenta de que los verdaderos rostros ganadores se encontraban en otra parte. En efecto, se ubicaron de manera estratégica tras bastidores, manejando los hilos de la campaña, decidiendo quienes hablaban y quienes salían en la TV (básicamente en los matinales y noticieros). Cuales titiriteros, le entregaron “jugosos espacios y minutos televisivos”, a los rostros que provenían del otro espectro político. Y cuando hablamos de “titiriteros” nos referimos a los conglomerados económicos de la derecha neoliberal, de quienes no desean que se generen marcos regulatorios a la actividad económica y que constituyen los verdaderos ganadores del plebiscito.


El nuevo proceso constitucional. Nadie lo vio venir, de verdad

Se sabía que el país político se encontraba entre una marcada indiferencia y desinformación por el nuevo proceso y una propuesta marcada por el sobredimensionamiento de una lógica protectora de los desbordes y del desorden. Había un cierto desánimo y frustración por lo que significó el “reflujo” del rechazo. No obstante, lo anterior, lo cierto es que, junto al tema de la seguridad ciudadana y la inmigración, todos temas ampliados y amplificados a la saciedad por los medios de comunicación, fundamentalmente la TV, la agenda populista de la derecha republicana se instaló con mucha propiedad. Ya se sabía que, con el voto obligatorio, los “activos políticos” reducen el margen de maniobra. Y esto afecta más a la centro izquierda que a la derecha: pero nadie pudo predecir el inesperado triunfo de la propuesta del partido republicano. En efecto, de 50 constituyentes electos, se quedó con 23 consejeros constitucionales obteniendo el mayor porcentaje de votos a nivel nacional con 35,4%. Aunque finalmente quedó con 22 consejeros en virtud de la renuncia de uno de ellos.

Por último

Si la principal batalla era (o es) por el Estado Social de Derechos, mi impresión es que este proceso constitucional no podrá hacerse cargo plenamente de él. Seguramente los intentos por reposicionar el concepto de Estado Subsidiario serán muy persistentes por parte de los constituyentes de la extrema derecha. Sin ir más lejos, la derecha tiene mayoría absoluta. Y esto puede ser muy peligroso para la estabilidad del país. No en el corto plazo, pero sí en el mediano y el largo. Las razones estructurales de estallido (abusos, desigualdades, pensiones miserables, salud y educación de calidad solo para una minoría, etc.), seguirán estando presentes. Recordemos que el promedio de los salarios de los trabajadores chilenos sigue siendo de menos de $400.000; que el promedio de las pensiones generadas por el sistema de las AFP es de $250:000 para los hombres y de $190.000 para las mujeres, y todo es de responsabilidad del modelo, que en lo general no ha cambiado ni un ápice.

Entonces, cuando los códigos de inclusión social, manejados por la elite política y empresarial: emprendimientos, meritocracia, disciplina y trabajo, no son más que fetiches, al obviar la herencia, el origen, la posición social. El desencanto, la violencia, el desorden e inestabilidad (eternos acompañantes de nuestra historia republicana) volverán a manifestarse.

El último resultado electoral no es una vuelta ideológica del péndulo, como tampoco lo fue el resultado del primer plebiscito por una nueva constitución, sino lo que es hay es una suerte de “estado de ánimo" de decepción con el sistema político en general; de una gran desconfianza hacia las elites y una gran incertidumbre hacia el futuro.

Ante este escenario, es poco probable una nueva reforma tributaria, una real reforma de salud y una profunda reforma de pensiones, al menos desde una perspectiva estructural. Habrá que armarse, entonces, de una “ardiente paciencia” y habilidad política para, en este contexto y entorno político, construir una propuesta de nueva constitución que le haga sentido a la mayoría del pueblo y la ciudadanía. Con un nuevo rechazo, otro estallido social, está a la vuelta de la esquina. La pregunta que subyace a este posible escenario: ¿Será capaz la derecha de hacerse cargo de este problema?

Porque son ellos, la derecha, luego de la desmesura convencional y del resultado del 04 de septiembre de 2022, pero sobre todo por los resultados de la elección de Constituyentes del 07 de mayo de 2023, en donde el partido político de la ultraderecha, el Partido Republicano, resultó abrumadoramente ganador, los que tienen la sartén por el mango y el “mango también”. La respuesta a la pregunta queda con resultado incierto.