Oh I'm just counting

Erie. Por Jorge Orellana Lavanderos escritor y maratonista

Por una misteriosa fuerza, desde siempre, el agua viaja unida a la meditación, y las más nobles ideas de un hombre se acuñan en su silenciosa contemplación.

La presencia de un cisne solitario de nado libertario, interrumpía la apacible quietud del lago y dejaba una estela cuyas ondas se abrían en abanico hasta perderse en largos trazos, sin que el movimiento del agua restara armonía a la ancestral escena. Junto a mi mujer, conmovidos, y alejados del incesante ajetreo de la gente que descansaba en la terraza del hotel, observábamos que el cielo y el lago, fieles emisarios de Dios, cumplían con el rito de la noche, encerrando en azul índigo la colorida franja rojiza que el sol había dispuesto en el horizonte, hasta hacerla desaparecer engullida por la tarde agónica, mientras se perdía gallarda, internándose en la incipiente oscuridad, la lejana estampa del ave, y yo por una curiosa circunstancia, estaba de vuelta en esta región de la Tierra.

No había sentido aun, atracción por la novela americana, cuando de manera fortuita, hace unos años, tal vez quince, inicié la lectura de “Una tragedia Americana”. Desde el principio, una situación azarosa hizo que el texto me atrapara: ocurrió que la narración de la historia - basada en un hecho real - había acontecido en exactos cien años antes, y se dio la extraña coincidencia de que mi lectura avanzaba en las mismas fechas que los hechos descritos un siglo antes, en las páginas de la novela, y aquel simple hecho me conmovió. El libro describe la desventura de un joven integrante de una familia empobrecida, que deseoso por surgir en la vida se muda a una ciudad importante para trabajar como botones en un hotel que pertenece a un pariente rico.

En sus caminatas por las calles durante sus horas de descanso, conoce a una chica que está tan desvalida como él. Se enamoran de prisa, viven un maravilloso idilio, sus almas y destinos se funden en un solo cuerpo, hacen planes, y la dicha colma sus vidas. ¡Nada podrá separarlos nunca! Es lo que parece, pero… la hija del rico, inicia un sombrío juego de seducción con él, y en su codicia por cambiar su suerte él se deja engatusar. ¡La ambición lo desborda! Flaquea su amor, y la tierna compañía de antiguos días ya olvidados, pasa a ser un estorbo. La novela, transcurrida en esta región del norte americano, produjo con su desenlace, un impacto tan fuerte en mí que despertó un curioso vínculo con la zona, y tal vez sea esa la causa para acudir de nuevo a visitarla.

Estos primeros tres días, que destinaré a visitar y correr la maratón de la ciudad de Erie, los compartimos con algunos chilenos que hospedados en el mismo hotel nos acogen en su grupo, y que rebosantes de optimismo y ansiedad, esperan lograr en sus carreras los tiempos requeridos para calificar al maratón emblemático de Boston. En mi caso, arrastro una lesión en el gemelo derecho que tiene su origen en el simple reclamo de mi cuerpo ante la exigencia por el implacable paso del tiempo. ¡No estoy optimista! En los días previos uso medicamentos para mitigar el dolor, y mi hijo, sabio consejero, me induce a portar conmigo durante la carrera una píldora para controlarlo si persiste. ¡Lo escucho!

¡Todos competiremos! Algunos por lograr un resultado, otros simplemente por llegar. La competencia, desata nuestra fatua necesidad por vencer, y… me acuerdo de un poema de origen chino que una cálida mano amiga deslizó un día, aun cercano, hasta mi correo: 

                               Cuando un arquero dispara porque sí,
                               Está en posesión de toda su habilidad.
                               Si dispara por ganar una medalla de bronce,
                               Ya está nervioso.
                               Si el premio es de oro, se ciega o ve dos blancos…
                               ¡Pierde la cabeza!
                               Su habilidad no ha variado.
                               Pero el premio lo divide.
                               Piensa más en vencer que en disparar…
                               Y la necesidad de ganar le quita poder.

La noche previa a la carrera duermo bien, y amanezco ansioso por correr, el dolor es leve, parece controlado. En la milla 6, cuando aún me faltan 20, el dolor repentinamente se intensifica en el gemelo extendiéndose por la pierna, casi no puedo trotar, asumo el fracaso ¡No lo lograré! Desesperado, recurro a imágenes cercanas, salta la presencia de mi hijo: Viejo – susurra con el inefable   murmullo de los árboles - ¡Ahora! Tómate la pastilla – oigo en mi oído desde un lugar muy distante. Atiendo, aguanto por un rato, y el milagro ocurre, una milla más adelante el dolor se atenúa, cede y puedo controlarlo, no escucho el quejido de mis piernas y mantengo un ritmo lento para asegurar mi llegada, gozo de la belleza del lago, que en ocasiones, ofrece vistas de aguas limpias, embarcaciones que la surcan, y bañistas que toman sol en sus playas, y otras veces, seductoras vistas de oscuras aguas cenagosas encantadas con misterios indescifrables. Cuando llego a la meta en 5:17:21, mis amigos ya se han ido y no vuelvo a verlos, por lo que caminamos de vuelta con una amiga que me ha esperado, y que no pudo vencer una lesión rebelde... 

Un tiempo atrás, al conocer una cabaña que he construido en el sur, alguien exclamó asombrado: ¡Walden! ¿Qué habrá querido decir? - inquirí desde mi ignorancia, indagué, y descubrí que hacía referencia a la cabaña de Thoreau, un rebelde a su tiempo, abolicionista infatigable, que se negó a llevar la vida de tranquila desesperación que aqueja a la mayoría de los hombres y que  para probar que se requiere de muy poco para vivir en paz consigo mismo, por un par de años, se radicó en una localidad cercana a Boston, en Walden Pond, y a tan solo unos metros de la laguna construyó una austera casa, en la que, al encuentro del entorno natural, estableció una relación de desinteresada amistad con los vecinos y caminantes, y particularmente con el bosque y sus animales. ¡Me sentí atraído! ¡Debía conocer el lugar y la historia de ese hombre! Más aún al notar, que en el camino que recorrería, la laguna se situaba a unos pocos kilómetros de mi paso.

“Tuve así una casa bien cubierta con tablas de madera y revocada, de diez pies de ancho y quince de largo, y postes de ocho pies, con un desván y un armario, una gran ventana a cada lado, dos ventanucos, una puerta en un extremo y una chimenea de ladrillo al otro lado” Fue el texto que leí - en voz alta junto a mi mujer en el preciso lugar en que construyó su cabaña - del libro “Walden o, la vida en el bosque”, escrito por Thoreau.

Caminamos por un buen rato, internándonos por el bosque en que los arboles distanciados nos permitieron avanzar hasta un lugar aislado, nos detuvimos para oír, algo que interpreté como un agitado y severo murmullo de los árboles. Intento coger el sentido que inspiró el libro que tengo en mis manos e imagino que las sensaciones que el entorno me produce tienen una raíz común con las que hicieron que un hombre estableciera aquí, en este lugar de la Tierra, su propio Paraíso.

Antes de abandonar el lugar, me detengo para comprar unos libros y converso con el vendedor, curiosea con mi acento y pregunta que hago aquí, le cuento de mi cabaña en el sur, inquiere detalles, - ¿Cuál es más bonita? Quiere saber. Ésta - le digo. ¡Porque es más simple! – acierta con irrefutable certeza que genera una ineludible conexión entre ambos y el sentido que inspiró al autor.  Arranca el coche y continuamos nuestro camino.  

El inescrutable rumbo de las aguas sigue despertando mi curiosidad. Junto a mi mujer, estamos sentados en una banca, frente a una curva del río Charles, es un día hermoso de fines de otoño, el sol, que no hiere, pues una brisa fresca lo endulza, cae sobre los verdes y cuidados céspedes, restalla con reflejos dorados sobre el río, e inunda los rojos edificios de destacadas ventanas blancos a los que los estudiantes de Harvard - venidos desde todo el mundo - se integran luego del verano para iniciar una nueva temporada.   

El hecho ocurrió en febrero de 1969, en un invierno en Cambridge, cuenta Borges sobre su inspiración de su experiencia sobre “El otro”, y que en este verano de 2019, cincuenta años después, puede leerse como un cuento. Lo leemos, y seguimos observando el perpetuo movimiento de las aguas que nos lleva hasta el encuentro con el viejo Heráclito, y claro, la imagen sobre el río siempre cambia, cada mirada es distinta porque el río nunca es el mismo y porque yo también voy cambiando.