Oh I'm just counting

Solidaridad y ética en tiempos de catástrofe. Por Doctor Ángel Muñoz Accardi

Caronte recorre el mundo con una fuerza humanamente incontrolable provocando transformaciones profundas en las estructuras sociales, en dirección a la conformación de un nuevo mundo donde el orden natural se impone con su poder arrollador e implacable, por sobre un orden social, económico y cultural descompuesto, inmoral y agonizante.
El estallido social en todo el mundo a partir de la primera década del siglo XXI, sumado a la voz concluyente, definitiva y perentoria de la naturaleza en la forma de pandemia planetaria, levantan su voz definitiva para anunciar que la construcción de un nuevo mundo y un nuevo tipo de ser humano se ha puesto en marcha.
 
El reino de la cantidad con su cohorte de racionalidad exacerbada y capitalismo anárquico, pareciera que llega a su fin.
Todo cambio de época trae consigo transformaciones tanto en las estructuras sociales como en los procesos socioculturales que, necesariamente, impactan de manera sensible en la vida cotidiana de las personas, organizaciones e instituciones, inmersas en dicho proceso de cambios.
 
La transformación que experimenta en la actualidad el mundo y las culturas del planeta adquiere dimensiones de revolución civilizacional, por cuanto pone en tela de juicio los cimientos fundamentales que proveen de sentido a la acción social, las relaciones humanas y la interacción entre los individuos. En los albores del siglo XXI el ethos de la modernidad entra en crisis profunda a partir de la puesta en cuestión del paradigma de base racional que le da sentido a la civilización moderna.
 
Sobreviene la desconfianza en torno a la ciencia positiva y su capacidad para conocer y dar respuestas a las nuevas interrogantes y problemas que la conciencia colectiva y el sujeto social e individual hoy se está formulando.
La noción de la justicia y del derecho se está ampliando hacia límites que sobrepasan los conceptos de justicia definidos por el moderno derecho positivo de tradición esencialmente racional. Es el caso de los derechos humanos, cada vez de mayor cobertura y amplitud conceptual. Justicia y derecho son dos conceptos que deben ser tratados como dos dimensiones de la vida social indisolublemente unidas, para efectos de nuestra reflexión. La noción de derecho se manifiesta necesariamente a través de su relación conceptual con la justicia, fuera de la cual pierde sentido como acción social.
 
Por su parte, el capitalismo como modo de producción ha llegado a su etapa tardía, y como todo sistema en desintegración que alcanza su máximo estado de entropía, pone en duda, cuestiona y descompone, destroza y arruina, sus cimientos originarios y fundacionales, a saber, la gradación de valores que da sustento ético y moral a la convivencia social al interior del sistema.
La descomposición valórica en el contexto del capitalismo tardío se manifiesta en múltiples dimensiones de la vida en sociedad:
 
En la esfera de la actividad política, la descomposición moral se manifiesta en la separación progresiva, desde la segunda mitad del siglo XX, de la acción de los partidos políticos con respecto a la sociedad civil. Dicha separación trae como consecuencia la desnaturalización del sistema de partidos a partir de su pérdida de inclinación por el bien común, transformándose los partidos en grupos de interés económico para las élites y bolsas de trabajo para sus militantes. En este orden de ideas es posible afirmar, de acuerdo con Touraine, que el sistema de partidos políticos como lo conocemos hasta ahora atraviesa su etapa de máxima descomposición para dar paso a su extinción definitiva.
 
La economía, siguiendo a Luhmann, se vuelve autorreferente, lo que trae como consecuencia la alienación de ésta con respecto al mundo de la vida. La economía no es ya una herramienta en beneficio del bien común sino, un instrumento autorreferente en función de la acumulación de riqueza de una élite, y en perjuicio del individuo y la colectividad.
Como consecuencia de lo anterior, la colusión de los mercados opera en perjuicio de los consumidores y de otros agentes de la economía, actuando de manera monopólica. Este fenómeno de descomposición moral, es una de las secuelas derivadas de la invasión de lo económico sobre lo político, lo social y lo cultural en el capitalismo tardío.
 
En el ámbito de las instituciones, la familia y la educación, experimentan una distorsión valórica profunda; el rol de la familia como unidad económica se hipertrofia, anulando su carácter de refugio afectivo de sus miembros, viéndose imposibilitada además, de cumplir su rol socializador. La educación por su parte, se transa en el mercado sin regulación ni control alguno, transformándose en un bien de consumo, desnaturalizando su rol socializador de los miembros de la sociedad, y creador de cuadros especializados en beneficio de la colectividad, actuando privativamente en beneficio de los mercados.
 
El panorama histórico – social antes descrito, aun cuando aparenta visos de catástrofe, representa una gran oportunidad de la sociedad para realizar un nuevo salto cualitativo en el continum evolutivo de la humanidad.
 
Esta evolución está en directa relación con el desarrollo de la conciencia del ser humano, la que está en permanente proceso de expansión. Esta expansión gradual de la conciencia humana, permite al sujeto observar y aprehender el mundo en sus múltiples dimensiones y complejidades lo que le permite, por transitividad, diseñar y ensayar modelos de sociedad cada vez más equilibrados y en armonía con el mundo de la vida.
 
El proceso de desarrollo de la conciencia, como expansión de la visión de mundo, obedece a una dinámica de ciclos, donde los saltos cualitativos de evolución van precedidos por largos períodos de oscurantismo, desequilibrio y caos.
Así sucedió con el mundo egipcio que tras alcanzar el máximo esplendor en el desarrollo y expansión de la conciencia en toda la historia de la humanidad, experimenta su declive, descomposición y caída. Similar ciclo observamos en el mundo griego donde luego de un portentoso desarrollo del pensamiento filosófico, absorbido de la fuente inagotable del mundo egipcio, permitiendo subir un nuevo peldaño en la escala de desarrollo de la conciencia a partir de nuevas formas de explicación del mundo. No obstante el esplendor griego inevitablemente decae para dar paso al mundo romano, cuyo aporte al desarrollo de la conciencia se va a traducir en el sincretismo de la cultura greco – romana occidental. Pero una vez más, este apogeo greco – romano dará paso a los 1000 años de aparente oscurantismo de la Edad Media, para germinar nuevamente la conciencia en el mundo del Renacimiento.
 
El Renacimiento será la antesala del mundo moderno a partir de un nuevo período de expansión de la conciencia, sobre la base del reconocimiento y desarrollo de la razón, como instrumento de explicación del mundo.
No obstante, ese mundo moderno experimentará su descomposición hacia fines del siglo XX. El punto de partida de este proceso de decadencia de la modernidad, lo podemos vislumbrar en el más sobresaliente de los productos del racionalismo cartesiano: la Revolución Industrial. La Revolución Industrial va a producir mutaciones fundamentales en lo que se ha denominado la célula básica y principal de la sociedad, la familia. Se generará una distancia emocional significativa entre los padres varones y sus hijos, a partir de que los hombres son “secuestrados” por la industria fabril. Las madres asumen, por lo tanto, y en forma drástica, roles que desde siempre habían pertenecido al padre. Esta mutación inicial de la familia, va a derivar en las grandes transformaciones que esta institución sigue experimentando en los albores del siglo XXI.
 
En la perspectiva de pensamiento de Zygmunt Bauman, podemos decir que las relaciones más íntimas en la sociedad del siglo XXI, han experimentado un proceso de “licuación”, en virtud de su transformación en relaciones esencialmente instrumentales, carentes de sentido espiritual profundo.
Los éxitos materiales de la Revolución Industrial hacen que la conciencia superficial se imponga sobre la conciencia profunda y trascendente.
 
Siguiendo la reflexión de Ulrich Beck en su imagen de la sociedad del riesgo, la segunda mitad del siglo XX ha mostrado las consecuencias del uso indiscriminado e irracional de la tecnología, cuando esta no está al servicio del mundo de la vida, sino al servicio de un sistema, alienado de la vida del hombre como centro del desarrollo, pues los avances no justifican los estragos. El deterioro y peligro que hemos producido no son compensados por el florecimiento del conocimiento técnico.
 
Ese mal uso de la conciencia al servicio del egoísmo generó regímenes totalitarios, conductas criminales a gran escala y hombres y camarillas con un desmedido afán de poder y riqueza a costa de la implantación de modelos de desarrollo social económico no sustentables. Entonces mientras la amplitud de conciencia generada por las ideas renacentistas se imponía, ese mismo proceso estaba incubando un futuro de sombras de proporciones inimaginables.
Los ciclos se pueden observar a través de toda la historia de la humanidad. Estos ciclos, en lo más profundo del ser civilizacional, no hacen más que describir el proceso de desarrollo de la conciencia como expansión de su visión.
Este estado de situación histórico – social no contribuye más que a agudizar la separación del sistema en relación a la vida cotidiana de los seres humanos. Los altos grados de enriquecimiento material en el mundo, no se traducen en mejoramiento de la calidad de vida de grandes segmentos de la población mundial, diluyéndose así el sentido de la vida.
¿Qué hacer entonces para recuperar el sentido de la vida?. Básicamente inmunizarse contra los feroces ataques que existen en contra de la naturaleza superior trascendente de lo humano, ataques que privilegian sólo el desarrollo material del ser.
 
Hay fuertes condicionamientos y estímulos para generar una sociedad de hombres poco reflexivos y ajenos a una ética centrada en el desarrollo de todos los hombres.
Este tipo de ciudadano, alejado de la naturaleza superior, está decidido a hacer de su vida una secuencia de consumir, comprar, comer, beber y realizar sexo. Lo negativo en este caso no es actuar de ese modo, porque en determinadas fases del desarrollo humano todos debemos experimentar esa dimensión de la vida. Lo pernicioso está en no saber salir de allí y peor aún, darse cuenta que a pesar de tener conciencia de ello no querer salir de allí.
 
Este ciudadano es muy consciente de sus necesidades e intereses y poco consciente de las necesidades e intereses de los demás; esta condición lo habilita para hacer negocios que en realidad son despojos y destrucción del ambiente global; los eufemismos al llamar negocios a los despojos corrompen más aún su conciencia, pues cree que lo que hace es un negocio y no un despojo (Ej. Tala indiscriminada de bosques nativos).
 
En este ciudadano el egoísmo y la ambición son la regla, no hay otra cosa más que el éxito, cueste lo que cueste.
Para sobrevivir, este ciudadano genera indiferencia hacia todo lo que le rodea y que no coincide con su manera de ver el mundo. Este ciudadano está hipnotizado para consumir en exceso, y acumular es el sentido de su vida, se malgasta en la adquisición de cosas que superan sus necesidades reales. Finalmente, la máscara desborda la apariencia, la basura se entierra, la pobreza se oculta, la fealdad se opera, el dolor se atenúa con fármacos, y el tedio se diluye con frivolidades y con pasatiempos en exceso.
 
Este ciudadano debe despertar. Ese es el mundo que le ha correspondido vivir; no obstante, su naturaleza superior se mantiene intacta.
Si este ciudadano dormido logra abrir su conciencia, observará a miles de seres humanos atravesando por situaciones difíciles, hogares destruidos, enfermedades incurables, fenómenos y desastres naturales de consecuencias incalculables, cientos de miles de personas que han extraviado el sentido trascendente de su vida.
 
Todo esto le indica al sujeto que hay algo más que la vida color de rosa. Sus profundos sentimientos de hermandad interior le van generando una incomodidad que le desconcentran de su inicial proyecto de vida. Entonces, le sobreviene una tristeza que lo lleva a envidiar a los individuos más superficiales que él, a los indiferentes que no se inmutan.
Si aprovecha el resquicio que se ha abierto, ampliará su conciencia y encontrará nuevas formas de ver el mundo, ya no de placer sino de bienestar y gozo.
 
El nuevo mundo que nace, se está comenzando a construir sobre las cenizas del antiguo orden. Un nuevo mundo basado en la solidaridad universal; un mundo donde el ser humano sea la medida de todas las cosas; un mundo donde la economía sea un instrumento al servicio del bienestar de la sociedad en su conjunto, no sólo de unos pocos. Un mundo, en definitiva, donde el ser humano esté en el centro de todo el acontecer universal.