Oh I'm just counting

El 5 de octubre y las tareas del futuro. Juan Claudio Reyes, Sociólogo

Es difícil encontrar otra fecha más significativa, para la democracia chilena, que el 5 de octubre de 1988, cuando los chilenos fueron convocados a optar entre dictadura y democracia…y, mayoritariamente, pese a las condiciones en que se desarrolló ese plebiscito, votaron por terminar con la opresión, de ya 15 años, para dar paso a una incipiente democracia, que nos acompaña hasta hoy.
 
Algunos creen que la democracia se alcanzó “con un lápiz y un papel”, lo que no es exactamente cierto. La derrota de la dictadura fue un proceso largo y doloroso, que partió el 12 de septiembre, cuando Andrés Aylwin y muchos otros, presentaban recursos de amparo por los que, hasta el día antes, eran sus adversarios políticos.
 
Durante 17 años, el pueblo tuvo que organizarse; los partidos democráticos dejar de lado sus diferencias; las organizaciones sociales vencer el miedo y, todos, sacar a relucir su decisión más profunda, para recuperar una democracia que, incompleta, se vislumbraba como el mínimo, que en su esencia, era mejor que la dictadura que, más allá de toda interpretación, fue cruel, con militares al servicio de los sectores dominantes de la sociedad, que saquearon al Estado de Chile, como nunca en su historia.
 
Algunos creen que la violación de todos los Derechos Humanos; el asesinato de miles de chilenos; la desaparición de varios cientos y la destrucción de familias obligadas al exilio, se puede explicar por un pretendido “contexto”, que más que explicativo, pretende justificar el peor período de nuestra historia nacional.
 
NO, definitivamente NO.
 
Sin embargo, es evidente que, las condiciones en que se desarrollaba nuestra democracia, a principios de los 70, solo permitía gobiernos de minoría y, los sectores medios y los populares, no lograban converger en proyectos comunes lo que facilitó la cooptación del os primeros, por parte de la aristocracia ya decadente, generando condiciones que abonaron, con el respaldo, ahora acreditado, por parte de la CIA, de condiciones para entusiasmar a militares golpistas, formados en las academias del imperio.
Esos fueron los hechos. Contra eso hubo de luchar el pueblo chileno, por 17 largos y duros años.
 
¿Qué posibilitó, entonces, que los que no supieron entenderse antes el 73, lo hicieran, a partir de esa fecha? La respuesta al horror.
 
Algunos, entre ellos algunos DC, aseguraban que “no podía haber nada peor que la UP”, sin advertir que las dictaduras, prolíficas en América Latina, habían demostrado, hasta la saciedad, que la crueldad, de militares corruptos, aliados con las burguesías locales, no reconocían límites. Los primeros para destrozar la democracia, obteniendo las migajas del banquete, de sectores que, sabían, no podían acceder al poder por vía democrática. Y estos, para saquear al estado, generando condiciones de control económico y financiero, que conservan hasta nuestros días.
 
Así, en ese escenario, se construyó la convergencia de los chilenos, primero para protestar, luego para movilizarse y, finalmente, para ganar el plebiscito, que el dictador no pudo amañar, por la intervención de, incluso, algunos de sus compañeros de armas, como ha quedado registrado.
 
Hoy conmemoramos 30 años de esa épica, conscientes de que, más allá del logro de la democracia restringida que aún nos rige, es evidente que, nadie en su sano juicio, podría comparar las condiciones de vida de los chilenos, el año 1973, con la condición actual.
 
Pero ello no puede ser una invitación a la complacencia.
 
Hoy hay muchos otros NO por los que movilizarse. Algunos que no se han sabido (o querido) resolver y, otros, como respuesta a las nuevas condiciones, de una sociedad que requiere perfeccionamiento de la democracia e inicio de un camino seguro hacia condiciones de equidad, que representa el mayor desafío, débilmente asumido por los gobiernos post dictadura.
 
Si queremos honrar la memoria de los caídos en la lucha contra la dictadura, los verdaderos héroes de lo que culminó en el plebiscito, es preciso un compromiso de los viejos, los que vivimos esa épica, que se encuentre con las demandas de las nuevas generaciones: un nuevo entendimiento, desde la diversidad, para abordar el camino hacia una sociedad más equitativa, donde la conquista de la democracia no sea solo el acceso a instituciones representativas, sino el compromiso de un estado, en todas sus expresiones, puesto al servicio de las grandes mayorías, a los beneficios del desarrollo.
¿Habrá que esperar otros 30 años para ello?