Me comprometo a no olvidarlos, a recordarlos siempre. Por Jaime Hales, abogado
Ante una convocatoria que nos hizo el poeta Eledín Parraguez, Maru – mi pareja – y yo, fuimos el 18 de octubre al Parque por la Paz Villa Grimaldi, para participar en un acto de memoria y recogimiento por los niños asesinados en Palestina por las fuerzas invasoras del Estado de Israel en los últimos dos años.
Villa Grimaldi es el nombre que un grupo de inversionistas dio a un restorán de lujo a finales de la década de los 60, enclavado en la zona rural de Peñalolén, con acceso por calle José Arrieta. El restorán cerró sus puertas muy pronto y cuando, pocos años después, sobrevino el golpe de Estado, la DINA instaló allí uno de los principales centros de detención y tortura. Miles de personas pasamos por allí y la mayor parte fue al exilio después de una larga y dolorosa prisión y otros cientos de personas murieron en la tortura y permanecen hasta hoy en calidad de detenidos desaparecidos. Los militares y civiles procesados por estos delitos siguen negando información, pese a lo cual cada vez alzan más voces para pedir clemencia hacia ellos, la que no tuvieron con sus víctimas. Y la siguen negando a sus familiares, que todavía no saben el destino de sus parientes desaparecidos.
Cuando la dictadura se acercaba a su fin, los jefes de la CNI (sucesora de la DINA) compraron el predio entero para construir un condominio; pero eso fue evitado, la venta se anuló y el Estado de Chile instaló un parque por la paz y el rescate de memoria histórica. Se ha convertido en un sitio hermoso, de tranquilidad y meditación.
Visitarlo debiera ser una obligación escolar y los que no puedan ir, debieran tener al menos una exhibición audiovisual.
La experiencia de estar allí, ahora por cierto, es algo importante, pues si bien conmueve pensar que hubo personas crueles maltratando a otros, es sanador constatar en qué se ha convertido. Del terror a la paz; de la violencia a la tranquilidad; de la crueldad a la meditación y el recuerdo. Recorrer sus espacios hace bien, justamente para darnos cuenta que todo lo malo podemos procesarlo para que rinda frutos buenos y así transitar desde el horror y el miedo hacia la esperanza, como una manera diferente de relacionarnos entre los humanos.
Los que por allí pasamos, aunque por poco tiempo en mi caso, sabemos lo que en ese lugar sucedía y podemos identificar a muchos de los que allí actuaban como represores de la libertad. No cabe duda que la mayoría de ellos eran de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, aunque quieran negarlo.
Me hago la pregunta: ¿Por qué a los victimarios, identificados, ya procesados, ya detenidos, ya condenados, les cuesta tanto contar la verdad de lo que hicieron? La confesión es la antesala del perdón social y de los perdones personales, de una posible conciliación histórica que hasta ahora resulta tan complicada.
¿O es que, como Contreras Sepúlveda, se sienten orgullosos de lo que hicieron? El general que menciono dijo que no podía pedir perdón por haber servido a la patria y que si se repitieran las condiciones lo haría de nuevo, “pero ahora mejor”. ¿Todos piensan eso?
Regreso a la invitación del poeta. Llegamos al Parque a las 10 de la mañana. Personas vinculadas a los derechos humanos, colectivos por la paz, grupos espirituales, organizaciones comprometidas con la tragedia del pueblo palestino, fueron los organizadores de este sencillo evento, simple y profundo.
Se instalaron varias mesas en distintos lugares del Parque, cada una a cargo de uno de estos grupos organizadores. En cada mesa había velas y un libro con los nombres de los niños palestinos muertos. Luego de una breve reflexión de una de las personas que hacía de cabeza, los que estábamos en torno a la mesa fuimos leyendo los nombres de esos niños. Cada uno leía diez nombres y luego podía repetir la ronda de lectura. Después de terminar cada lectura, el orador de turno decía “los recordaremos”, frase repetida por los presentes. Al terminar la lectura, a cada uno se nos entregó la figura de un pequeño pájaro de colores, simbolizando el alma de los niños.
El acto estaba programado para durar todo el día. Muchas personas se inscribieron para leer y fueron llegando en distintos horarios. Quienes leían podían hacerlo en una o más de las mesas instaladas. Desde las 10 de la mañana y hasta la puesta de sol, los nombres de los niños –una parte de los más de 20 mil niños asesinados – serían leídos por personas que viven el dolor de ese pueblo y de esas familias como si fuera propio, sintiéndose parte de una historia de horror inexplicable en este momento del desarrollo de la humanidad.
En voz alta se leyeron esos nombres y se decía la edad del niño o niña. A nosotros, mi pareja y yo, nos correspondió leer sólo niños de 4 años. 4 años. Muertos en bombardeos y balazos que caían sobre una población indefensa, en una acción en la que no había combatientes al frente. Los niños no eran muertos en combate: eran víctimas de agresiones a la población civil, por el solo delito de existir – de pretender seguir viviendo – como árabes palestinos que no quieren abandonar su tierra, su país, su lugar.
En voz alta las menciones de esos menores asesinados parecían una plegaria, un llamado a la esperanza, un ruego por la paz, en medio de un sentimiento sobrecogedor de dolor por una historia imposible de entender.
Hay quienes hablan de “conflicto entre Palestina e Israel”. Eso no ha existido nunca: en la década de los años 30 Palestina fue invadida por brigadas armadas, terroristas, bajo el amparo británico, cuyo gobierno había prometido a la organización sionista internacional entregarles el territorio de Palestina (o una parte al menos) para que se instalaran allí a crear un país. Queremos volver, decían lideres de una organización de personas de religión judía, pero que eran histórica y racialmente europeos caucásicos. Los judíos de religión siempre fueron, como los árabes, semitas y convivieron amistosamente compartiendo ciudadanía y tratamiento igualitarios en todas partes. De hecho, los habitantes de América sabemos que los árabes, de religiones judía y musulmana fueron expulsados por los católicos del territorio de la monarquía española.
Con una alianza internacional que incluía a las grandes potencias, una feble mayoría de países aprobó la partición del territorio palestino. Entregando a unos pocos judíos la mayor parte y relegando a la población local a menos de la mitad. El gobierno instalado en el territorio ahora llamado Estado de Israel no dudó un segundo en invadir las tierras reconocidas como árabes por las potencias y desconociendo los acuerdos de quienes crearon ese estado (Naciones Unidas) han mantenido una situación de guerra constante, que hasta hoy no se detiene, apoderándose de los espacios palestinos y de modo inmisericorde atacando a la población palestina que no ha podido defenderse. Hay un genocidio, un intento de exterminio, tal como está grabado a fuego en el corazón del sionismo, que quiere seguir los métodos aplicados cuando hace tres mil años algunas tribus seguidoras de su dios guerrero intentaron exterminar a todas las poblaciones nativas. La historia se repite, con la diferencia que los actuales invasores habían vivido, en otros países, persecuciones inaceptables y el mundo podía esperar que no repitieran a otros lo sufrido por ellos.
No vi a los dirigentes de las colectividades árabes en el acto. Tal vez llegaron en la tarde, pero en el acto inicial no estaban y no se veían tampoco otras personas de las comunidades palestina, siria o libanesa. No me extraña: es lo mismo que sucede con los países árabes que pese a ciertos discursos, han estado muy lejos de apoyar la causa palestina. Gobernados por dictadores o monarcas o absolutos, quizás con alguna excepción, han preferido estar instalados al lado de los poderosos con quienes hacen negocios, que junto a un pueblo hermano que sufre el injusto ataque. Mucho discurso a veces, pero poco apoyo real.
Fue importante el acto en términos simbólicos: en un lugar en que anidó la violencia y se gestó enormes dolores, se levanta hoy un llamado de paz y entendimiento. Y en ese ambiente levantamos la voz por esas causas, tratando de erradicar la guerra del planeta. ¿Es un sueño? Sí, sin duda, pero estoy seguro de que es posible, si vamos sumando conciencias y voluntades.
Villa Grimaldi es hoy en Chile, un rincón de esperanza y solidaridad.
Desde Villa Grimaldi, entre árboles y rosas con los nombres de los desaparecidos en Chile, clamamos por la paz del mundo, la libertad y los derechos humanos para todos los seres del planeta.
Desde allí, donde un día entré con venda en los ojos y esposas, amenazado por hombres y mujeres con armas en sus manos, levanto mi voz hasta el cielo para proclamar mi confianza en que los seres humanos podremos superar todo esto y construir una nueva manera de vivir.
Pensando en esos niños palestinos, en los muertos en Ucrania, en los perseguidos y los prisioneros en China, en las víctimas de todas las dictaduras, me comprometo a no olvidarlos, a recordarlos siempre, incluso cuando algún día la justicia no sea sólo un deseo sino una realidad y los derechos humanos sean respetados en todos los rincones del planeta.
No olvidar, para que no se repita la tragedia en el resto de la existencia de la humanidad.
Te recordaré, hermano, hermana, caídos en estas circunstancias.
Te recordaré, hasta el último día de mi vida y dejo mi palabra como testimonio para la historia que viene.
