El sistema público de salud en Chile enfrenta hoy una de sus peores crisis: casi 2,5 millones de personas esperando atención médica especializada o una intervención quirúrgica, y un total de 2,9 millones de casos acumulados al
cierre de 2024.
Es un récord no solo estadístico, sino también moral. Cada número en esas listas representa una persona en dolor, una enfermedad que avanza, una vida en pausa. Y el Gobierno, lejos de abordar el problema con políticas estructurales y urgentes, ha optado por una aproximación administrativa, burocrática y carente de profundidad.
La conformación del Consejo de Seguimiento de Tiempos de Espera, que agrupa autoridades, gremios, expertos y parlamentarios, puede parecer un paso en la dirección correcta. Sin embargo, sus primeras conclusiones y
propuestas —telemedicina, mayor participación de privados, priorización territorial— no logran tocar el nervio central de la crisis: la escasez crítica de médicos especialistas, particularmente en áreas como traumatología, una de las más demandadas y con mayores tiempos de espera; y la ausencia crónica de gestión real en la administración hospitalaria y primaria, uso de nuevas tecnologías, inteligencia artificial incluida, control de procesos y eficiencia en el gasto.
Chile forma hoy una cantidad marginal de especialistas por año, con becas públicas de formación altamente insuficientes.
En muchos lugares del país simplemente no hay traumatólogos disponibles en el sistema público, lo que multiplica los tiempos de espera por años. Esta situación se repite en otras especialidades como neurología, psiquiatría infantil, endocrinología y reumatología.
Mientras no se multipliquen por tres o cuatro las becas de especialidad con financiamiento público y garantías reales de destinación posterior en zonas críticas, ningún consejo ni mesa técnica logrará mover la aguja.
Además, existe un problema de gestión crónico en la administración hospitalaria y primaria. Las fallas en el agendamiento, seguimiento y derivación son otro cuello de botella decisivo. No existen sistemas modernos,
interoperables y automatizados que aseguren continuidad de atención, qué decir del uso de tecnologías modernas, inteligencia artificial incluida, herramientas claramente ignoradas en el sector público.
Muchos pacientes deben volver a hacer fila en sus consultorios para ser reagendados, mientras otros se “pierden” del sistema por simples errores administrativos o falta de seguimiento clínico. La ineficiencia mata tanto como la falta de recursos.
El Colegio Médico ha sido claro: no se ha establecido ninguna meta estratégica concreta respecto del número de pacientes que saldrán de listas de espera en 2025. No hay claridad ni compromisos verificables. Es como si se aceptara la tragedia como un hecho natural, y no como el fracaso político y técnico que realmente es.
Lo más alarmante es que el problema no es nuevo. Las listas de espera se han multiplicado bajo distintos gobiernos, pero lo que distingue a la actual administración es la falta de decisión estructural para enfrentar el problema con la seriedad debida.
Los anuncios se suceden sin correlato en aumento de capacidad formativa, inversión en infraestructura humana y tecnológica, y sin rediseñar el modelo de gestión hospitalaria.
Resolver el drama de las listas de espera no será posible sin un shock de especialistas, sin informatización completa del sistema público, y sin una administración sanitaria que sea premiada o sancionada según resultados objetivos.
Mientras eso no ocurra, el consejo, las mesas y las declaraciones seguirán siendo papel mojado. Y las listas de espera seguirán creciendo, lo peor, con total desapego de las vidas de millones de compatriotas inocentes que sufren por la torpeza, desidia y falta de compromiso de nuestras autoridades del sector salud.