Oh I'm just counting

Encuentros. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Encendidos por la misteriosa luz proveniente desde mi espalda, aprecié el color de sus ojos, que yo observaba con la fascinación del que quiere sumergirse en ellos para arrebatarle en un solo acto – con la ansiedad con que se quita el velo a una novia – todo aquello que el pudor de las palabras suele retener. No logro horadar la determinación que los cubre y persiste – refulgiendo ante mi invasiva mirada – el destello dulce de la miel que parece escurrir desde los pequeños luceros que alumbran el sendero en que nuestros caminos se han encontrado.
 
Aunque presumo la existencia de mundos diferentes que animan nuestras vidas, habita en un recóndito lugar de mi espíritu un mundo ineludible, similar al suyo, del que jamás podré desasirme porque anidan en él emociones que en el racional mundo de la ingeniería – del que no reniego porque la esencia de lo que soy es la conjunción de ambos – no tienen cabida, y que se representa en aquello que nos convoca por segunda vez.
 
Nuestra cita anterior, celebrada a la apacible hora del té en un discreto y tranquilo café elegido por ella, tuvo gestos de acercamiento y algo de caninos olfateos mutuos. Inmersos en el barrio de maravillas en que le cuento sobre el inicio de la historia de amor con mi mujer, le traspaso el dulce sopor que me invade y que ella acoge, al coincidir ambos en que no hay mayor placer que el de la propia melancolía.
 
Seducidos por la cálida tarde, nos ilusionamos con la materialización del proyecto que nos convoca, y nos regocijamos al descubrir que benditas palabras – libres como el viaje del viento – nos acercan.
 
Hablamos de literatura y me cuenta de su arte, que admiro y desconozco. Tocamos aspectos de nuestras vidas que hacemos coincidir, guardamos la inequívoca certeza de que nos acercamos al misterioso territorio del entendimiento, me aferro a la esperanza que nutre la alforja que acoge mis sueños, cuando la endorfina que mi trote produce, impertinente, reclama su presencia en mi cuerpo, sin que aquello socave la ilusión de ese primer encuentro.
 
Más tarde, mientras corro observando las aguas del río, percibo que el ahondamiento en una relación exige acuerdos, y yo sentía que habíamos dado un paso, pero faltaba aun, pues deberíamos enfrentar los nimiosdetalles que aíslan a los seres humanos. Más – me digo – mientras miro un remanso en que se estancan las aguas - ¿No debieran esas nimiedades ser las más sencillas de vencer?...
 
Hace muchos años, agobiado por reiterados fracasos estudiantiles, escapé una mañana hacia un recinto cordillerano. Solitaria – en compañía de una pareja – una hermosa chica llamó mi atención. La abordé. Me siguió el juego. Dos días más tarde, después de aventurarnos en el deleite de la conversación iniciamos nuestra relación. Han pasado cuarenta y cinco años…, y seguimos conversando con la calidez de ese lejano encuentro. Un delicado e íntimo sabor flotó siempre entre nosotros, y la relación creció porque nunca perdimos ese aroma. ¿Habrá sido el temor a nuestra propia soledad el que nos hizo aferrarnos al otro? O fue la simple necesidad de compartir las escenas y embates de la vida que con rigurosa constancia traían renuncias - cada vez menores – y superadas por los beneficios – cada vez mayores – de la fusión a la que nos condujo nuestra inicial amistad.
 
Algo de aquello supongo que explica la felicidad alcanzada en ciertos matrimonios concertados, y aunque en su origen en ellos subyace una motivación que puede ser descabellada, se puede concluir que la relación entre las personas solo se fortalece si se “trabaja”, a través de la irrenunciable perseverancia por ceder ante los detalles en busca de la armonía que finalmente lleva a la felicidad.
 
Reverdecen los parques que las flores salpican de colores con la misma caprichosa libertad con que un niño pinta las imágenes de un libro. Corro en mi familiar entorno, echo de menos las figuras que las nubes gravan en el cielo, me asombra la rocosa aridez del cerro, y me conmueve el rumor del río que se impone en el silencio matinal. Descubro que en un terreno baldío, habitado por las aves, han cercenado las briznas de pasto y las aves han debido huir, y me sorprende una loica enorme, que desconocedora de su incierto destino, luce ufana su encendido pecho rojo.
 
A solo días de la elección que determinará un nuevo Presidente – voy pensando en el escenario al que nos enfrentamos. Habitualmente, un día de elecciones es sinónimo de expectante júbilo para mí, sin embargo, en esta ocasión, oscurece mi percepción el aire enrarecido surgido después de la primera vuelta. Guardo la amarga sospecha de que la incapacidad de las grandes coaliciones, con ilimitada ansias poder, terminó por aburrir a la masa, que desconcertada y desconfiada, optó por el descontento que se reflejó en los resultados.
 
¡Acabemos con esto, con esto otro, y finalmente con todo! – reclaman los populistas sin ofrecer soluciones. ¡Vamos directo al abismo! – alegan por el otro lado intentando endosar sus propios temores. En su gobierno, ambos candidatos sufrirán las presiones del grupo descontento, que no fueron atendidos oportunamente y que ahora resuenan con voz atronadora – retumbando amplificada como el trueno de la montaña cuyo relámpago anunciador no fue escuchado. Me temo que aquello, en cualquier escenario, dificultará el avance hacia el desarrollo.
 
Pero… ¡Siempre he sido optimista! – reflexiono atribulado, mientras me fustigo acelerando el tranco. ¿Cómo he llegado a este estado? ¿Por qué este desaliento?
 
Lo positivo, desde las señales de la prudencia, es que hemos tocado fondo, y se hace insoslayable la hora de barrer nuestras diferencias. La realidad impone atender las razones del descontento, reformular los proyectos hasta llegar a aquellos que lo superen y aplicar en consenso y con la autoridad que brota de la fuerza de la razón, las medidas correctivas.
 
Mi abatimiento se explica porque creo que los ganadores tratarán de imponer sus ideas a los perdedores, ejercicio que se repetirá en cuatro años más, ahondando las diferencias y haciendo estéril el esfuerzo por llegar a las verdaderas reformas en educación, salud, previsión, rehabilitación y todas aquellas que surjan del debate fecundo.
 
¿Es mucha audacia pretender que candidatos con resultados semejantes conformen su Ministerio con representantes de ambos sectores, oyendo además el clamor del descontento? ¿Puede tener éxito un gobierno incapaz de gobernar con el aporte de todos? ¿Tendría éxito una empresa que no escoge a los mejores para un puesto? ¿Saldrá adelante una familia que segrega a alguno de sus seres?
 
¿Surgirá el proyecto que nos insta, si mi amiga y yo nos imponemos al otro, negándonos a escucharnos? Hemos superado la prueba de conocernos, ahora, almorzamos avanzando en temas de orden práctico. Ella define un mecanismo de trabajo que refleja sensatez y a mí me seduce la apertura a un mundo distinto, y más aún el desafío de emprender un proyecto nuevo que me transmitirá energía que me mantendrá vivo.
 
Misterioso, el río, capaz de superar siempre las sinuosidades del cauce, parece burlarse de la torpeza de los hombres, que en su afiebrada carrera hacia el poder, con fuerzas parejas, prefieren tirar de ambos extremos de la cuerda, permaneciendo inmóviles, antes de acordar un proyecto común y entre todos avanzar con velocidad en una solo dirección.